XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MIRADA DE FIESTA

Ibeth Karina Díaz Perea

Yacía en su lecho una forma extraña de vivir, un enigma escondido.
Corría en su sangre una historia de placeres, un festín sin olvido.
Tenía sus sombras de colores y en su mirada una risa estremecedora.
Ella es así, caótica, divertida y espontánea…
Ella es así; con su mirada de fiesta y alma sanferminera.  

SAN FERMÍN Y SUS RECUERDOS

Idoia Arrubla Guisado

El corazón latía fuerte y en el horizonte de su mente una marea blanca y roja lo impregnaba todo. Volvió a sentir el nerviosismo feliz de cada 5 de julio. Mientras preparaba esa ropa blanca, que tantas batallas fiesteras había gozado, empezó a recordar aquellas mañanas soleadas de vermú y gigantes que tanto le gustaban cuando era pequeño.
Cuando se fue haciendo más “mozo”, llegaron las primeras noches de jarana y con ellas los amoríos sanfermineros, recordaba con total nitidez aquel primer beso en la Plaza del Castillo.
En su pecho volvió a retumbar el golpe de la emoción de los mozos y los toros al pasar corriendo por la calle Estafeta. Y sintió un triste pellizco en el corazón al pensar en su amigo Aitor, con quien había vivido los mejores momentos de San Fermín y darse cuenta de que no estaría este año para seguir compartiéndolos, el virus se lo había llevado.
Se pellizco el brazo para saber que no había sido un sueño, después de 2 años sin las fiestas de su vida, volvían. Al ver que era real se dispuso a vivir, los que sin duda iban a ser los mejores Sanfermines de su vida.
 

PAULINA

Idoia Aramendia Lopez De Guereño

Para Josefa hoy era un día especial, llevaba montada en la burra a su hija Paulina, era la primera vez que lo hacía y quería que viera con sus propios ojos lo que tanto le había contado. Paulina se bajó de la burra, los cántaros de leche, apañados a un lado y otro del animal, chocaban entre sí, mientras subían por el Portal de Francia.
Era el día grande de las fiestas y la música se oía por todas las esquinas. La algarabía las puso en tensión y, sin querer, sus manos se separaron, al tiempo que los cabezudos se acercaban a trompicones. Al verlos, Paulina corrió como el resto de la gente. No quería que aquel con bigote afrancesado, le pegara. Miró a su alrededor y se vio perdida.
Paulina intentó recordar lo que contaba su madre de las fiestas. Vio a una familia con unos churros que salían de una calle que descifró enseguida: “La Ma-ñue-ta”. Y le vinieron las palabras que su madre había recalcado: “el olor de los churros te acercará a mi trabajo”.
Y allá estaba Josefa, con una sonrisa amplia. En una mano sujetaba a la burra y en la otra llevaba los churros. ¡Bendita normalidad!