XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SU GRAN DÍA

Irene Jiménez Duque

Desde pequeño le habían preparado para aquel 6 de julio. Su padre, orgulloso, le hacía correr campo arriba campo abajo para que, llegado el momento, supiera tomar hasta la más peligrosa curva sin resbalarse.
-Cuando crezcas podrás bajar por las calles de Pamplona – Y ese sueño era el que se repetía una y otra vez en su mente.
Ocho de la mañana y una masa roja y blanca con los ojos clavados en él. Podía sentir el miedo y el desafío a su alrededor, la respiración de la gente, el sudor, la adrenalina…
La puerta chirrió al abrirse y supo que era la hora de demostrar para lo que tanto había entrenado. Resopló, espantó con el rabo a la última mosca que quedaba en el lugar y tensó las patas antes de hacer su mejor actuación. Papá estaría orgulloso.
¿Se llevaría por delante a algún humano antes de llegar a la plaza?
 

EL PRECIPICIO

Isaac Belmar García

Me seco el sudor con la mano del periódico. El corazón va más rápido que cuando corres delante del toro, porque la anticipación es lo más poderoso y la imaginación crea infiernos peores que muchas realidades. No sé qué hago aquí, seguir los pasos de Hemingway, me digo a veces, por si recorrer el mismo camino lleva a los mismos sitios, que ya me dijo aquella chica que no, pero, al menos, me llevó hasta ella. Y amanece, miles de personas pedimos a San Fermín que nos bendiga y luego corremos por el borde de la vida, porque siempre fue más divertido jugar ahí, bien que le daba buenos disgustos a mamá de pequeño y siempre tenía las rodillas peladas. Pero es que, mamá, no sé cómo explicarlo, es como un fulgor que recorre el cuerpo, como aquellas tormentas con la ventana abierta de los veranos interminables de crío.

Siempre me gustó leer a la luz del relámpago, ya lo sabes, la electricidad en el aire, vivir en esos centímetros y volver a casa caminando por el borde del precipicio, por donde aprendes a amar la vida más que a nada. 

ESCONDITE

Isabel García Viñao

Tengo un pie hecho picadillo y los Sanfermines encima. Las zapatillas de los encierros con una amplia sonrisa y los Sanfermines encima. El alquiler nos lo han subido y los Sanfermines encima. Mi mujer sin ganas de fiestas y los Sanfermines encima. Y encima, para más Inri, para estas fiestas va a venir el futuro yerno de tierras andaluzas.
Saco de la repisa predilecta de mi armario mi vestimenta blanca: blanca como una nevada inmaculada en una cima sin polución. Los lamparones de vino, mostaza, sangría, pimentón, chistorra, tomate, yema de huevo frito… (vaya de todo, porque soy un excelente omnívoro), los limpié con la mejor lejía. También los bajos de los pantalones que los arrastro por el suelo y no porque se me caigan, sino porque la barriga me los va bajando, y, claro, recogen las basuras de los bares. Pero esta lejía que uso es infalible.
―Pacoooo ―Oigo que me llama mi mujer. Cuando arrastra la “o” malo, malo―. Acaba de llamar nuestra hija y llegan mañana. Como tienen la economía muy ajustada, dice que le tendrás que prestar al yerno tu traje sanferminero.
―Sí, de cojón ―Contesto―. Y le busco un escondite como haría un niño con su juguete preferido.