XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SIN MIRAR ATRÁS

Israel Montes Casquero

Este año la experiencia iba más allá del pregón, el pañuelo rojo, el chupinazo y los toros.
La multitud quería gritar y correr desenfrenadamente. Yo también. La gente estaba eufórica, reían, gritaban y aplaudían. Yo también. Pero yo hacía algo más. Aparte de todo eso, yo estaba sumamente pensativo; a mi mente venía el tiempo perdido y pasado.
Imaginé que cuando escuchara el chupinazo estaría dejando atrás mis incontables miedos, mi desidia y mi dolor de los últimos años.
Si algo había aprendido, en este largo tiempo llamado pandemia, es que las vergüenzas, los miedos y los complejos son más fieros que cien toros y que, a éstos, hay que entonarles un canto de victoria mientras se corre adelante con todas tus fuerzas.
En ese baño de masas rojo rememoré el objetivo de estar allí: yo quería correr delante de los toros, quería sentir la adrenalina, quería disfrutar el momento; pero, sobre todas las cosas, yo quería volver a sentirme fuerte y vivo.
De repente miré y vi en los rostros de los demás una expresión semejante a la mía.
Hemingway tenía razón: «El mundo nos rompe a todos» y ahí estábamos todos nosotros viviendo esto «para volver a ser fuertes»

 

1100 DÍAS

Iván Hernández Aguado

Casi 1100 días habían pasado desde la última vez que se vieron, se cruzaron, rieron o lloraron. Y eso que esto último, reír y llorar, era un sentimiento que regresaba a sus vidas, aunque esta vez de un modo lúdico.

La conexión humana y el calor, sobrellevado a base de cerveza, licores, calimocho o zurracapote es el deseo de muchos. Conciertos, procesiones, jotas o charangas… todo tiene cabida. Todos la tenemos. Solo hay un excepción, un pequeño recordatorio a todos aquellos que no volverán a ver un cantico a San Fermín. Los años de estragos han llegado, por suerte, a su ocaso. Y que no vuelvan.

Para todo amante de la mayor (y mejor) fiesta del mundo, sin importar culturas, razas, religiones o equipo de fútbol, volver a recorrer las calles de Pamplona bajo un manto de jolgorio es vital para la felicidad humana.

Hay ganas, y muchas, de ver encierros, tropezones en Estafeta (con o sin vaso), almuercicos en Jarauta y la plaza del Castillo o grupos de gente sentada viendo los fuegos… O descansando después de un largo día de trabajo en la oficina, de Navarrería…

Si todo va según lo previsto, nos veremos de nuevo. Deseemos que no sea la última.
 

OLVIDO SANFERMINERO

Iván Parro Fernández

El inspector Gurruchaga andaba tras la pista de un sospechoso, el asesino del pañuelo, que ya había cometido varios crímenes sin apenas dejar huellas. Sólo sabía que era alto, moreno, fortachón y afable en el trato. Patrullando ojo avizor por las calles de Pamplona observó alguien que coincidía con la descripción. Salió del coche y le siguió con cautela. Vestía de blanco inmaculado. No se le podía escapar ahora, aunque le costaba mucho continuar entre la multitud que se concentraba a esa hora en las calles. -¿Qué estará haciendo toda esta gente aquí tan temprano? – pensó. Extrañado siguió caminando haciéndose paso a empujones entre tanta gente de carácter festivo y espíritu animado.

Fue al doblar la esquina de la calle Estafeta cuando todos sus sueños se volatilizaron. Un numeroso grupo vestido de blanco y con pañuelo rojo en el cuello esperaba paciente la llegada de los astados. Gurruchaga se llevó las manos a la cabeza. Había olvidado marcar en rojo el 7 de julio en su calendario. No daba crédito. Todos parecían ahora sospechosos. Cualquier mozo podría ser el culpable. Apesadumbrado decidió quedarse tras la barrera a observar el encierro. Al menos no todo iba a ser tan malo aquel fatídico día…