AÚN HAY ESPERANZA
Javier Vegas Fernández
Tantos años sin venir y aquí estábamos para vivir, recordar y compartir. Vivir la otra cara de la fiesta después de tantas noches locas, del encierro a los fuegos pasando por magras, toros y barracas; recordar a plena luz de julio aquellos momentos lejanos; compartir, con quien ahora me acompaña, estampas y vivencias.
Al pasar por las campas que rodean la ciudadela me vino a la mente la noche aquella en que una mujer lloraba con la camiseta destrozada. Me alejé del mundo y me acerqué a ella. Lloramos juntos y denunciamos ya de madrugada. Al reencontrarme con la cuadrilla me preguntaron con morbo. No había nada que contar. Se decepcionaron. ¡Mira que no pillar! ¡Si la tenías a huevo! ¡Este es maricón, ya os lo decía!
¿Te pasa algo? Oí a mi lado y abandoné el pasado. No, nada. Todo está bien. Pasaron junto a nosotros unas mocetas con cara de susto. Unos adolescentes decían burradas: ¡Corre, corre, que te voy a empitonar! De una cuadrilla de castas surgió rotunda una voz: A ver mocosos, que hasta un toro tiene más cabeza que vosotros. Respiraron ellas y ellos se pusieron rojos. Aún hay esperanza, me dije, mientras apretaba la mano de mi marido.
ALERTA ROJA
Javier Cabello Urquia
Saltan todas las alarmas en el Centro de Vigilancia Satelital Internacional, todos los presentes se arremolinan en torno a las pantallas que muestran imágenes del planeta tierra a tiempo real. Nunca se ha visto algo parecido.
Las imágenes provienen de Europa, de una ciudad del norte de España. Sus calles aparecen teñidas de un color rojo sanguinolento. Todos temen lo peor, la más terrible de las masacres ha debido de tener lugar y ni la tecnología ha sido capaz de detenerlo a tiempo.
Rápidamente, el responsable del operativo de vigilancia contacta a su superior:
“Aquí el oficial Martínez, ha ocurrido algo terrible. Informe de Situación: son las 05:59 horas del 6 de Julio. Le hablo desde la base de vigilancia de Chicago, USA. Le mando imágenes de lo acontecido hasta ahora, las calles están cubiertas de sangre escarlata”.
La voz del superior invade la megafonía de la sala, tarareando: 1 de enero, 2 de febrero… Entre gritos y risas exclama: “¡Relajaos todos! Allí en España son ahora mismo las 11:59 horas y vuestra supuesta “masacre” la forman millones de pamplonicas alzando su pañuelico rojo hacia el cielo. Poned el canal internacional y dejad de vigilar durante un rato. Disfrutad del momento… ¡Viva San Fermín!»
LARGO VIAJE.
Javier López Vaquero
Nos lanzamos al mar de gente dejándonos arrastrar con la algarabía recorriendo la plaza. Veníamos de lejos y habíamos oído hablar tanto de los San Fermines, que parecíamos ser los protagonistas de un sueño.
Pasamos desapercibidos desde el principio y no nos fue difícil hacer amigos con los que recorrimos los atestados bares mojando el gaznate y saciando nuestro voraz apetito.
La música sonaba en cada rincón de la ciudad y te embaucaba hasta desembocar al amanecer.
Y allí estábamos como una foto tantas veces observada, apretujados en la calle Mercaderes esperando el sonido de un artefacto y luego corriendo entre una multitud salvando obstáculos hasta que un enorme animal, al que llamaban toro, pasó a nuestro lado. Después, exhaustos, caímos desmayados en la hierba de algún parque para descansar un rato y comenzar de nuevo el ciclo.
Fueron días muy intensos. Cuando regresábamos en la nave a nuestro planeta, un escalofrío recorrió nuestro escamoso cuerpo al recordar lo vivido.