¡GRACIAS MENCHU!
Jesús Solano Calvo
Faltan pocos minutos para el inicio del primer encierro, el televisor ya está encendido en la sala de la Unidad de Daño Cerebral, han pasado dos años, vuelven los Sanfermines, se escucha la voz inconfundible de casi siempre. Miguel perdió la pierna en un accidente de tráfico cuando se dirigía a Pamplona junto a sus colegas, un despiste que les costó caro.
Aquello cambió su vida para siempre, hospital, quirófanos, amputación, secuelas psicológicas, duelo por el amigo perdido, mucha pena que llevó a Miguel a la desesperación, ya nunca podría correr un encierro en Pamplona, demostrarse a sí mismo que vencería el muro del miedo delante de los toros. Aquella situación le condujo a consumir alcohol y cocaína, a equivocarse, a terminar años después sufriendo un TCE mientras en estado de embriaguez circulaba con un patinete eléctrico.
Casi está a punto de sonar el cohete de inicio del encierro, Menchu Arizaleta, la enfermera de Estella, anudando al cuello de Miguel el pañuelo rojo y haciendo lo propio con el suyo, sale empujando la silla de ruedas de Miguel para vivir de nuevo la retransmisión de un encierro, los ojos de Miguel húmedos por las lágrimas miran a Menchu agradecidos, sobran las palabras.
DE REBAÑO
Jesús Gella Yago
La cerca de boca y nariz se abre y los microorganismos enfilan la cuesta de la garganta. Detrás, pertrechados de varas, van los ARN mensajeros y los vectores virales controlando la carrera. Las subunidades proteicas han levantado sólidas vallas para que los microorganismos no se desmanden. El trote es veloz al atravesar la membrana de las células consistoriales. En la curva de los bronquios se producen resbalones sobre la mucosa y las primeras caídas. Los anticuerpos, de un blanco inmaculado y empuñando periódicos enrollados, se turnan delante de las espigas en forma de corona de los microorganismos. Se acercan tanto como pueden, miran hacia atrás para medir distancias y conducen a la manada por la última calle. Su longitud favorece la inflamación y la fiebre. Los anticuerpos hacen un esfuerzo decisivo animados por la luz que baña el tramo final. Los síntomas se estrechan en el callejón y la entrada en el ruedo es recibida con música desde los tendidos. Los anticuerpos se abren en abanico, mensajeros y vectores cierran la marcha. La manada de microorganismos encara la sombra de chiqueros. Varas y periódicos guían a un rezagado. La puerta se cierra, la vida triunfa.
Y ahora sí… ¡arranca San Fermín 2022!
MONASTERIO DE CILVETI
Jesús Jiménez Reinaldo
Estábamos en Vitoria, aburridos, una noche de rutina panza arriba. El cojo, que tenía coche y carné, nos propuso tomar la última en Pamplona y empalmar con el encierro. Luego, si eso, ya almorzaríamos por Navarrería o amerizaríamos en Gros antes de regresar a casa.
Éramos jóvenes pero no indocumentados. Nadie se atrevía a conducir en los ochenta por las carreteras del País Vasco y Navarra sin papeles, que había controles hasta en las pistas forestales. Éramos inexpertos y estábamos poco viajados, lo más alguna escapada a las Landas o un viaje estudiantil para ver el Pilar de Zaragoza.
A las cinco de la madrugada mis amigos se fueron al “Viceversa” a codearse con los siniestros y yo me metí de hoz y coz en el “Conocerte es amarte, baby” detrás de un rubio que me pareció descendiente de vikingos. Nunca antes me había interesado tanto por las sagas nórdicas. Eso en Vitoria no habría estado bien visto.
Cuando desemboqué en la pista de baile, Madonna movía sus caderas de Marilyn anunciando la materialidad, mientras la imitaban los hombres. Al fondo dos de ellos, más grandes que mi armario, se devoraban. Abrí mis compuertas: unos me besaron, otros me abrazaron, y yo estaba bien.