EL PACHARÁN
Jesús Claveria Fuentes
El Pacharán.
Daba un paso aquí y caía allá. Se erguía. Ayudándose de alguna farola conseguía incorporarse mientras calculaba la distancia hasta la farola siguiente. Así anduvo la primera noche de sanfermines sin saber que, al día siguiente, sería el primer sospechoso de la muerte de don Augusto.
El comisario Benavides, tras inspeccionar concienzudamente la habitación donde se produjo el deceso, no dudó que la clave del caso se hallaba en la botella de pacharán que encontró junto a la víctima. Sabía que don Augusto no bebía. No lo había hecho cuando leyó el pregón, ni durante el chupinazo, tampoco cuando le entregaron con honores las llaves de la ciudad. La autopsía corroboró que no presentaba restos de alcohol en sangre de modo que centró todas sus pesquisas en el borrachin de las farolas, quien, efectivamente, reconoció desde el primer momento haber estado bebiendo en la habitación de la víctima:
-Me desperté con sed. Yo pensaba que lo de la botella sería agua, pero aquello sabía a trilita.
-Entonces… ¿me va a hacer que creer que don Augusto murió del susto?, -se burló el comisario.
¡Y yo qué sé! -protestó el dinosaurio. -Le tengo dicho que cuando desperté, ese hombre
ya estaba allí.
JUNTOS POR SAN FERMÍN
Jesús Navarro Lahera
Cuando hace un mes mi Leire y yo sufrimos aquel accidente de tráfico, no pasó una noche en el hospital que no deseara haberme ido con ella. ¿Para qué quería, y más así, seguir adelante si mi compañera de vida se había marchado?
Ayer, empecé a repasar viejos álbumes de fotos. Lloré al vernos a los dos abrazados, ambos con dieciocho años, en el San Fermín del cincuenta y seis. Ella iba, igual que yo, vestida para la ocasión, con una faja roja que le ceñía esas prominentes caderas que, por aquel entonces, me quitaban el sueño.
Anoche me fijé en la más reciente, la del chupinazo del diecinueve. Leire seguía igual de guapa, y yo, pese al bastón en el que me apoyaba, lucía con orgullo la chapela negra que me había regalado por nuestro último aniversario de bodas.
Por eso hoy, siete de julio, me he anudado un pañuelo rojo al cuello, he abierto las ventanas y he esperado a oír el estallido del cohete que anunciaba el comienzo del encierro. No he dejado de dar vueltas a la casa girando las ruedas de la silla, mientras gritaba: «¡Viva San Fermín!», e imaginaba que Leire y yo corríamos delante de los toros.
MI DEUDA CON LA FIESTA
Jesús Maria Arregui Celaya
Mikel nos presentó a su hermana Ainhoa en una cena de la escalera en la peña y desde ese momento se integró en la cuadrilla.
¡ Por fin llegó el seis de Julio! , calor, almuerzo, chupinazo, blanco y rojo, pañuelos al cuello, lágrimas de alegría, música, un ritmo trepidante que sólo aguantamos Ainhoa y yo.
Ya de madrugada una charanga interpretó una canción de amor, nos miramos, la bailamos, sus dedos jugando con mis cabellos y su sonrisa me tranquilizaron, salté al vacío y desapareció el tiempo.
Cerré los ojos y nos besamos, esa canción dibujó un imborrable paisaje sonoro en mi interior.
Varios Sanfermines después una chiquilla de cuatro años está encima de mis hombros, la adoptamos Ainhoa y yo, le pusimos por nombre Nagore en honor a la víctima de la violencia machista en estas mismas fiestas, muy nerviosa me pregunta ¿Maider, esa giganta en la Braulia?.
Ainhoa entrelazando su mano en la mía, Nagore en mis hombros, mi felicidad gracias a los Sanfermines.