XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


ESCAFANDRA

Jokin Lecumberri Napal

¡Ay, 2022 sí que fue especial! Te sonará a prehistoria y exagerado. Ya está el abuelo… Pero créeme, no habrá uno igual, y no me lo iba a perder por nada. Hubo una pandemia mundial. ¿Lo dais en clase? Eso, un virus muy contagioso que paró todo dos años enteros y… sí, que me enrollo, yo no voy tan rápido como esa maquinita. Lo que decía, no me iba a perder aquellos sanfermines y para eso me protegí como nadie, sobre todo desde que empezó ese año. Literal. En nochevieja fui de astronauta con una escafandra. De las de verdad, eh. Con ella toda la tarde, y porque no hubo noche… Por el virus, claro. ¿Pero qué estudiáis ahora? A partir de ese día, sólo me quité la mascarilla en casa. Con mis padres, me ponía en una mesa aparte y lavaba los cubiertos y el plato otra vez antes de comer. Cómo se reían. Nunca compartí ni media brava con los colegas. Me hice una pantalla para proteger mi mesa en el trabajo. Cómo estornudaba aquel compañero. Peio, era de Estella y… Acabo, acabo… Es excesivo, decían ¡Ja! Llegué perfecto al chupinazo. Cómo nos abrazamos y lloramos todos.

Que te cuente la abuela.
 

RUMBALARUMBA

Jokin San Julián Aranguren

Desde casa de mi madre hasta el ayuntamiento hay, andando, unos veinte minutos. Si corremos, podremos llegar en un cuarto de hora. Pero recién tirado el chupinazo… A esa hora, a partir de Sarasate no hay quien dé un paso. Mi hermano asegura que un amigo suyo lo ha conseguido varios años partiendo todavía de más lejos. No sé, lo veo complicado, pero que este año lo intentamos lo sabe San Fermín.

Desde que nuestro padre murió, Miguelcho y yo nos propusimos no dejar sola a nuestra madre el día seis. El ritual siempre es parecido. Suena el cohete, nos felicitamos las fiestas, brindamos con champagne y damos una vuelta por la Pamplona blanca y roja, exultante, feliz. Generalmente, sin prisa, pero este año nos hemos propuesto llegar por lo menos a Casa Casla con los brazos en alto. Queremos, ¡necesitamos! vivir la salida de los gaiteros.

Mañana, ensayo. Después de ver a mamá, haremos el recorrido completo, al que habrá que sumar los cinco minutos correspondientes: perdón, un segundico, ¡ey! gracias, ¡aaaagua, aaaagua! Hay que conseguirlo como sea. En mi mente ya no suena otra cosa. Si no tienes un duro, no te hace caso nadie, rumba la rumba la rumba… ¡Vamos!
 

AGUAS BRAVAS

Jon Aramendía Huarte

Me he aseado como para una primera cita, sin embargo, puedo notar ya como una gotita de sudor se burla de mí pulcro empeño. Camisa planchada, cordones blanco nuclear y un nudo Winsord en mi faja. Respiro profundo y tanteo los bolsillos antes de salir de casa; cartera, llaves, teléfono, gafas de sol…
Una vacilación más sabia que yo me detiene un instante y me acompaña insistente mientras desciendo las escaleras, aunque me abandona de inmediato al abrir la puerta del portal. Un imponente caudal de rojo y blanco desciende Estafeta como aguas bravas sobrecogiendo mis sentidos. Sonrisas contenidas, explícitas, bulliciosas salpican como espumas aquí y allá sumando la algarabía de mil riachuelos. Me uno a la corriente y me dejo llevar como un niño en la cámara de un neumático; girando con mareo placentero entre los remolinos. En el ensanchamiento de mercaderes, otros afluentes alimentan con abundancia la corriente formando en las orillas meandros de pupilas encendidas. Por fin, frente a mí la desembocadura, el ayuntamiento. Desbordado, estruendoso como un Niágara; casi me asusta. Miro mi reloj. Apenas queda tiempo, me arrastran las olas innavegables, zigzaguea el cohete y entonces me acuerdo; ¡el pañuelo!