XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DESCUBRIENDO CULTURA

Jordi Bonastra

Nos disponíamos a partir rumbo una de las mayores fiestas nacionales, los San Fermines. Lo llevábamos planeando desde hacía varios meses. Éramos 7 amigos. Compaginar agendas era sumamente complicado ya que cada uno de nosotros trabajaba en empresas de diferente índole.

Después de vestirnos al unísono con unos pantalones y camisetas níveas combinado con la pañoleta color rojo fuego, nos pusimos en marcha. No habíamos reservado hotel pues nuestra intención era disfrutar al máximo de la festividad.

Conocimos gente de todas partes del territorio español e incluso del extranjero. Pasamos la noche en grande; impregnándonos del festejo, palpando la calidez de la ciudad y haciendo ruta por la multitud de bares que nos encontrábamos.

Con el crepúsculo solar y tras una noche de ensueño, fuimos a ver la corrida de toros. Admirábamos esos valientes que se ponían delante para obtener su dosis de inyección de adrenalina. Tuvimos suerte. Nos colamos hasta llegar en la famosa curva de la calle Estafeta. Los mozos, con maestría, sorteaban la peligrosa curva, pero los toros, al ir tan bravos, se apelotonaban unos tras otros a causa del resbaladizo pavimento. Lo vivido en primera persona fue algo inolvidable, lejos de las sensaciones vividas por televisión. Fue una experiencia memorable.
 

EMBOSCADA

Jorge Repollés Berriochoa

Con el txiki en brazos, dejé atrás la Cabalgata. Mi espalda ya no podía más. La estrategia era salir de allí con vida, e intentar retomar la posición inicial, en la que aparecería Mamá con algo de cerveza.

Mientras los amenazantes Gigantes descansaban en el Paseo de Sarasate, improvisé un plan suicida, que consistía en acercarme a la plaza de San Francisco por la mismísima Plaza del Castillo, cortando por el Pasaje de la Jacoba. Así, en ningún momento Martín podría atisbar nada que tuviera que ver con esas criaturas y sus secuaces. A fin de cuentas, sólo habían pasado unas horas, y la invasión todavía iba a durar varios días.

Lo lógico hubiera sido acometer la calle Comedias. O mejor, ir hacia la plaza de San Nicolás. Lo sé. Cualquiera lo sabe. Pero la posición estratégica de la Plaza del Castillo me daba mucha ventaja. Mi gran error fue darme cuenta en el último momento de que el Pasaje estaba cerrado a cal y canto.

Calor bochornoso; sin agua. Pero hice lo que tenía que hacer. Me fui hacia la calle San Nicolás, con un niño de tres años en brazos, el día del chupinazo de San Fermín. Hacia las mismísimas trincheras.
 

LAS MÁS SUFRIDAS

Jose Castells Archanco

Nos habían comprado un mes antes. Junto al resto del atavío nos habían guardado en el tercer cajón del armario, ahí estábamos preparadas para ser utilizadas formando impecable conjunto. Algunas éramos noveles, otros llevaban tralla a sus espaldas, así faja y pañuelo eran veteranos, sobre todo ella que ya empezaba a perder su vivo tono bermellón, pantalón y camisa eran nuevos, y nosotras también lo éramos. ¿Cómo no?, nosotras siempre lo éramos, nunca resistíamos dos ciclos festivos, nosotras éramos las más castigadas de todos. Nuestra suela esparteña, nuestra alba loneta y el rojo trenzado de nuestras cintas hacían de nosotras una fina pieza con cientos de enemigos a nuestro alrededor. Pudiera ser que en la curva de Estafeta, acosadas por un Miura, el par se convirtiese en impar, nuestra blancura volaba en el primer tumulto arrancada a pisotones, nuestra suela lo era hasta la primera noche en que la lluvia se hacía presente y nuestras cintas resistían, pero de poco les servía en el conjunto maltrecho. Da igual cómo vaya la fiesta nosotras siempre somos la primera víctima. Tenemos un baile bautizado en nuestro honor pero al final de la juerga vamos al contenedor de «restos», ni siquiera servimos para el reciclaje.