XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


«NUNCA MÁS»

José Selma Romero

El Amor fingía su resurrección. Cayó rendido… Aquella funesta noche había quedado hipnotizado durante horas frente a la Fuente de la Navarrería, también llamada de Santa Cecilia, que tanto le gustaba. Las gotas de agua adquirían color y conformaban diversas alegorías, adquiriendo cuerpo en diapositivas de película, la película de su vida. Multitud de imágenes planeaban alrededor de la triangular plazuela. Siempre figuraban dos personas: ella y él, él y ella. Se desveló en el partidito que compartía con Estefanía por Iturrama, en la cama donde horas antes había acorralado a su pareja, a su jovencísima esposa, tras regresar del primer encierro de San Fermín. La observó con dulzura, aún tenía varios moratones, frutos de la violencia. Recostó la cabeza contra su pecho y lloró de manera desconsolada, implorando perdón por todo lo que había hecho. Aunque sabía que ella jamás lo escucharía… Porque nunca más despertaría. 

TRES AÑOS

Jose Palanca Cabeza

Cerró los ojos y empezó a respirar de forma más relajada para mitigar los nervios. Mientras inspiraba y expiraba se percató del olor a calle recién limpiada. Movió el pie, rozando la zapatilla con el suelo, y comprobó con que la suela no le resbalaba. Abrió los ojos y se quedó absorto mirando esas caras de sonrisas inquietas que anuncian miedo. El sobresalto le vino cuando escuchó el cohete que anunciaba que los animales estaban a punto de salir del corro. Las palpitaciones le empezaron a subir. Con el segundo cohete notó ese chute de adrenalina que hacía tiempo que no tenía. De forma instintiva se santiguó y empezó ese pequeño ritual que había heredado de su padre. Subir el pie izquierdo y tocarse el talón con la mano derecha, subir el pie derecho y tocarse el talón con la mano izquierda, una sentadilla y un pequeño bote. Al cabo de unos segundos empezó a ver una marabunta de gente corriendo hacia él. Empezó a trotar echando vistazos hacia atrás. Fue esquivando gente hasta que por fin vio los primeros cuernos. Tres años después volvía a correr delante de los astados. Dos años, once meses y veintiún días que habían parecido un millón.  

LA MECÁNICA

José ángel Borrero Fernández

Donde nunca se había imaginado, al borde de un escalón hacia la nada. La esperanza, debilitada por olas de incoherencia, solo se mantenía con suspiros al recuerdo. Pero el cántico de silencios fue encendiendo mechas, porque la vida debe continuar con su máxima celebración, esquivando a la muerte que acecha en cada curva, hasta la puerta grande. Más kalimotxo que sangre, más dulzainas que miedo; sonrisas de gigantes que bailan ante un nuevo intento de destrucción. Aquí no. Porque es lo que hacemos: mirar al miedo a los ojos y saberlo guiar a punta de valor y honor. La mentira, menos. A esa la enrollamos para que cumpla su función de engaño y quitarnos así el bufido que pretende cobardía. Lo que perdimos, sirve de escalón base, para sustentar los que se necesitan en el propósito de valorar cada instante. Hay que asegurar el camino de la celebración con una escalera mecánica, sin asaltos de duda como los que nos han impedido brindar con pirotecnia de verdad a base de artificios. A partir de ahora, de forma automática del uno al siete, subiendo peldaños a impulsos de corazón, identidad y de la esencia que alimenta el espíritu. Sin excusas, ¡VIVA SAN FERMÍN! Por siempre.