XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EN LA CARA DEL TORO

José Antonio Del Olmo Del Olmo

Se oyen cantos al otro lado del corral. Por tres veces en cinco minutos.
Estamos inquietos, acompañados por los mansos.
Deseosos de salir por la puerta.
Suena un cohete y se abre la puerta.
La salida es rápida. Bajo deprisa por la cuesta.
Periódicos perdidos en la estampida, sin refugio.
De repente me veo envuelto en una marejada de corredores.
El blanco y el rojo domina toda mi vista.
Me giro lanzando derrotes.
Me vuelvo sobre mis pasos, quedándome aislado de la manada.
Solo, percibo sorpresa en la mirada de los que vienen por detrás.
El pastor que va tras de mí me golpea con la vara y rápido sigo hacia delante.
Enfilo rápidamente una curva muy cerrada y caigo al suelo.
Pero me levanto con prontitud. Tengo gente pegada a mis astas.
Son hábiles. Mantienen las distancias. No soy capaz de alcanzarles.
La calle se estrecha y alarga.
Siento que pisoteo a muchos corredores. Se empujan y caen.
Empitono a un corredor que no midió la distancia.
Sangre, emoción, pero vida. Suya y mía.
Entro por el callejón y me encuentro con un montón.
El caos.
Pero salí como pude.
Me costó entrar. El doblador me llevó dentro. La paz hasta la tarde.
 

DECANO

Jose Antonio Alonso Caballero

Ocho menos uno de la mañana. Trece de julio. Pamplona. Él y sus amigos están nerviosos. Han entrenado mucho para este momento. Suena el último cántico, luego el cohete, se abren las puertas de los corrales y empiezan a correr. A partir de ahí todo es frenético. En la Cuesta de Santo Domingo no hay mucha gente, pero a partir del Ayuntamiento está atestado. Se golpea con algunos mozos, a uno lo empuja y lo hace chocar contra el tablado, pero continúa. Cuidado con la curva de Mercaderes, que allí suelen caerse los toros y puede ser una encerrona. La carrera en Estafeta se le hace larga, ya está muy cansado. Ha perdido a sus amigos. Casi tropieza con algunos mozos tirados en el suelo, pero los salta y sigue adelante. Ya cerca del callejón consigue situarse detrás de los cabestros y entra en la plaza triunfante. Luego, ya descansado, comenta con sus amigos las vicisitudes del encierro. Pero por la tarde lo sacan a la plaza, un torero tuerto lo engaña un rato con un trapo rojo, le da una estocada mortal en la espalda, se lleva sus dos orejas como trofeo, y sale con ellas por la puerta grande. 

NOSTALGIA EXTREMA

Jose Emilio Cubiella Fernández

Nosotros somos los de entonces, los que esperábamos al 6 de julio para saltar en la plaza del ayuntamiento. Los que siempre palmeábamos a los gigantes con las mismas manos donde en la plaza de toros, la sal de las pipas nos las dañaba; afortunadas de rozarse con el hielo medicinal de la bebida, en la calurosa noche bajo el reflejo de las notas musicales en una moza cercana, abriendo paso, a San Fermín.
Marcar una línea clara en el suelo con tiza me ayudaba a soportar la nostalgia de otros tiempos ya pasados. Cada amigo colocado en una familia propia el 6 de julio solo sentía indiferencia con el calendario de la cocina. Miré a los lados y soportando dolor en el pecho antes peludo y rematado por una cadena de oro, atravesé la línea del frente. Así año tras año hasta que la pandemia nos hizo volvernos del revés —séver—. Mis amigos volvieron y termínanos con los guardias en la espalda por mear en la tiza que pinté: en pleno encierro de San Fermín en la calle Estafeta, para toda España. Nostalgia extrema. Olé.