SAN FERMÍN EN 204 PALABRAS / SAN FERMIN 204 HITZETAN
Jose Julio Aranaz Ascunce
Vivir San Fermín es correr el encierro o el torico de fuego. Es salir a ver los fuegos y volver pronto a casa. Es emocionarte con el “momentico” del día 7 y ser capaz de entender que la procesión va mucho más allá de un sentimiento religioso. Es tener la capacidad de ver salir a los gigantes, de tomarte el aperitivo a eso de las 12.00 cuando los porteadores recuperan fuerzas, es ver bailar la polonesa de los gigantes desde los ojos de un niño. Es ponerte en el tendido de sol y no fallar el día de las peñas. Es comprar el periódico cada mañana y desayunar churros en La Mañueta. Es el almuerzo con la cuadrilla. Es ir al Labrit a ver el torneo de estos días. Es bailar el baile de la alpargata en el Casino Nuevo. Es ir a ver las barracas, a los corralillos del gas y quedarte a ver el encierrillo nocturno. Es comparte unos boletos en la tómbola creyendo que todavía quedan opciones para que te toque el último coche directo (o cinco “reunas” para poder cogerte una lata con pimienticos de Lodosa). Vivir San Fermín es disfrutar del Pobre de mí como si fuera el Chupinazo.
UN CUENTO DE SAN FERMÍN
José Luis Najenson Topolevsky
Hemingway y Borges se encontraron en Pamplona, cuando ambos frisaban los 60. Era un seis de julio al mediodía. Luego del “chupinazo”, los toritos arrasaban por la calzada de Santo Domingo.
– ¿Cómo está, Don Ernesto? Soy yo, Borges. ¿Disfruta de la encerrona?
– Amo el riesgo, aroma del peligro.
– Yo vivo “encerrado” en las bibliotecas. Pero intuyo que sólo es valiente quien ha tenido miedo.
– No lo creo. Se es valeroso o cobarde, sin términos medios.
– Sólo dije que para ser valiente hay que haber sentido, antes, miedo. Dos caras de la moneda, como decían los herméticos.
– Yo nunca tuve miedo, ni tendré.
Y diciendo esto, se lanzó a correr, intrépidamente, entre los novillos.
Uno de ellos, rezagado, tumbó el cerco tras el cual estaba Borges. La gente huyó y Borges se quedó allí, tieso, solo y sobrecogido por el temor. Después, sin saber de dónde le venía el valor, marchó delante del toro, mientras éste lo seguía como un cordero. Hemingway, que regresaba y había visto toda la escena, le dijo:
– Parecía Usted un mago. ¿Tuvo miedo, Sr. Borges?
– Sí, gracias a Dios -repuso Borges sonriendo- tuve tanto miedo, también por
Usted, que me dio coraje…
LA RUTINA
José Luis Abad Peña
Van a morir.
Ellos, quizás aún, no lo sepan.
Les han hecho venir cuando la noche estaba oscura. En silencio, sin apresuramiento. Se sienten vigilados desde unos altos paredones.
Los seis hermanos se han reunido con unos desconocidos en aquel reducido encierro. La antesala de la muerte.
Porque van a morir.
Les espera la muerte, violenta, inopinada.
Mañana, con las primeras luces, un estallido vendrá a darles una ilusión inesperada.
Les abrirán las puertas y proporcionarán una engañosa sensación de libertad.
Y, ellos, aturdidos por el rugir de la multitud tratarán de vislumbrar el campo abierto. Pero encontrarán la dureza de los adoquines, nuevas paredes, el colorido gentío que los acosa, que corre ante y entre ellos sin permitirles acercarse al horizonte verde, deslumbrante.
Y se defenderán con sus armas, su fuerza, su valor, sus ansias de libertad.
Correré junto a ellos.
Hacia su muerte.
Durante unas pocas horas no serán conscientes de su destino.
Sol y sombra, griterío, aplausos y colores hasta que el maldito acero les rompa el corazón.
Y alcanzarán su destino.
Morirán.
Volveré a conocer a otros seis hermanos.
Y estaré corriendo, junto a ellos, la calle de La Estafeta.