XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


INERCIA

José Manuel Dorrego Sáenz

Tras el tercer cohete enfilé la calle de Santo Domingo, pasé casi volando junto al ayuntamiento, enfilé Mercaderes, Estafeta, Telefónica, Callejón, entré en la plaza como un auténtico rayo, atravesé el coso, subí las gradas, salí de la plaza, de la ciudad, de la provincia, del país, del continente… Llegados a este punto ya es inútil intentar parar: es ese punto en el que resulta imposible, absurdo, volver la vista atrás.  

LA ETERNA DISPUTA

Jose Manuel ávila Moral

Faltan apenas cinco minutos para las ocho de la mañana y Pamplona ya es un hervidero de gente. El hombre de la mirada glacial se detiene de poco en poco para observar atentamente a todo el que se cruza con una curiosidad palmaria. «Hay que ver lo peculiares que son los humanos», piensa divertido.
Los pasos del hombre se interrumpen al final de la calle. A lo lejos, la multitud le canta enardecida al santo de la ciudad en su hornacina enarbolando en el aire periódicos de papel arrugados. El hombre sonríe de oreja a oreja, feliz de presenciar tantos semblantes grávidos de júbilo. Pero la sonrisa expira en su tez blanquecina tan pronto logra divisarla en la otra acera, envuelta en su hálito de tragedia. Es la parca, también engalanada para la ocasión.
El estampido suena, y la multitud empieza a correr despavorida. Unas bestias enormes con afilada cornamenta los persiguen. La muerte se mueve también, ávida de nuevas almas, y el ángel con ella, siguiéndola de cerca. De pronto uno de ellos cae, y un cuerno asaetea al aire en su dirección. La parca, exultante, lanza un gruñido de satisfacción sabiéndose ganadora.
«Este año no», piensa el hombre mientras chasquea los dedos.
 

ERNEST ESTARÍA MUY ORGULLOSO

José María Jaurrieta Zarranz

Mike y Robert llevaban años preparando el viaje. De Chicago al JFK para volar a Madrid y en coche a Pamplona. A la Fiesta. A esa que habían leído obligados en el instituto por estar descrita por un nobel de su estado. Se llamaban como dos de los protagonistas y les gustaba beber como a ellos; nada podía salir mal.

Las maletas quedaron en un hostal barato y la marabunta blanca y roja les arrastró en una danza etílica de trompetas chirriantes, empujones amistosos, euforia por canciones del siglo pasado y miradas que pueden decir todo sin decir nada.

-Me mira a mí.
-No, me mira a mí.

Y entonces desapareció.

La Tierra siguió girando sobre sí misma un rato más y entre Baco y Morfeo les tendieron una trampa en la calle Calceteros frente a la farmacia. Junto a ellos pasaron policías, sanitarios, cabestros, un niño con un globo en la muñeca, una pareja con una docena de churros, un señor vestido de caballo que les golpeó con algo y Ella, que le dijo a su amiga:

-Esos dos estaban ayer en la barra de La Jarana a tu lado cuando te grité que quería ‘katxi’ y no caña.

Ernest estaría muy orgulloso.