XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


FIESTA CON AROMA A MAGIA

álvaro Valderas Alonso

Lo único que nunca se ha contado de los sanfermines es la tradición sobre los toros del tercer encierro, el día 9 a las 8.
El rito manda que los cornudos incapaces de soportar su vida y dispuestos a perderla por tratar de vengarse con los corredores del año siguiente beban toda la noche del tercer encierro del año anterior y amanezcan tirados por la calle, que los recojan los alguacilillos que preparan el terreno y los bauticen. Esa es la petición.
El universo se confabula (como en los cursillos de liderazgo) para traerles el año siguiente al/la maldito/a en la carrera, y ellos solo deben volver a emborracharse tras el segundo encierro, dejarse morir de alcohol y pena sobre las aceras, y que al salir el sol salgan también sus astas, los alguacilillos los arrastran por el rabo al encierrito, solo los sueltan si se arrepienten y se desmetamorfosean. Siempre hay suplentes.
El tercer día de encierro, ya toros ―recorrido de 850 metros menos la altura de un adolescente, muerto a finales del XVII, 1.40― cargan con furia contra lo que sea, buscan a su expareja, o al desgraciado que se la llevó. Al final, siempre mueren, descansan.
 

VOLVIÓ

Amaia Ambustegui Lapuerta

«Al crío me lo dejáis aquí para que viva sus primeros Sanfermines. ¡Tenía cuatro mesicos en los últimos! Nosotros, encantados, y vosotros os vais tranquilos a la playa a disfrutar».
Mi hermana accedió: habían reservado el viaje mucho antes de saberse si tendríamos San Fermín en 2022. Mis hijos son un poco mayores que Pablo, y estaban deseando ir con él a los gigantes, ver si le daban miedo los kilikis o si le gustaban los fuegos artificiales. Me extrañó el silencio de mi cuñado cuando les hice la propuesta: es uno de los que bailan a Joshemiguelerico, pero supuse que al llegar julio, por esperadas que fueran las fiestas, pudieron más las ganas de descansar.
Todos nos volvimos un poco como Pablo aquel San Fermín. Íbamos con los ojos bien abiertos absorbiendo la alegría que tanto necesitábamos, sorprendiéndonos con la magia de las primeras veces. El día 9 por la mañana, en plena calle Mayor, seguíamos al rey europeo cuando en un descanso vimos salir a mi cuñado de debajo de las faldas. «Dos ratos de tumbona me bastaron. Mi sitio está aquí». Y cogió en brazos a Pablo dándole un sonoro beso mientras el crío alucinaba. Mi hermana volvió el 15.

 

LLEGO EN NADA

Amaiur Elizari Plano

Observó el reloj de su escuálida muñeca, ese que tendía por su lacia piel. “Una ya no es lo que era”.

Las 11:58.

-Dos minutitos, no más, Sra. Victoria.

Cerró los ojos y su mente se trasladó con una galopada de recuerdos a una escena que parecía ya de otra época, donde se mostraba feliz y radiante, atándose con fuerza el pañuelico, entre olores a chorizo, jarras de vino y el tintineo de cada vaso sobre aquella desusada madera en pleno almuerzo en mitad de Calderería.

Recordó a su hermana Luisa poniendo la mesa, a Marga con los gemelos llorando entre los brazos, pero, sobre todo, a Mario. Su Mario. Peinado y pulcro. Observándola. “Te echo de menos, mi guapo”, susurró.

Las palpitaciones tomaron el control de su cuerpo.

Postrada en su silla de ruedas, la anciana extendió su mano huesuda hacia el cielo, como si intentase alcanzar las nubes con los dedos.

-Ahora, ¿sí? Nos vamos.

-No. Espera, todavía no ha sonado.

La mirada regresó hacia una nube concreta y ahora estiró sus dos brazos, deseando que se la llevaran volando.

Al fin estalló el cielo y una lágrima la trajo de vuelta.

-Viva San Fermín, Mario. Espérame, que llego en nada.