LA MÁQUINA DEL TIEMPO
Joseba Esparza Gorraiz
Dos orejitas parecen querer esconderse bajo una enorme mata de pelo rizado, en sus mejillas aún es posible adivinar los restregones de crema solar que su padre le dio esta mañana. Se siente seguro sentado sobre sus hombros.
Desde la catedral se aproximan los gigantes con su hipnótica danza. Algunos niños más mayores corretean y gritan a los kilikis que ya empiezan a hacer de las suyas.
Se abraza con fuerza a la frente de su padre. Súbitamente las gaitas enmudecen y el primero de los gigantes se detiene a su lado. Los ojos casi se le salen de las cuencas cuando observa asomarse una mano por debajo de las faldas del gigante, y detrás de la mano, una cabeza. Es incapaz de entender lo que sucede y rompe a llorar entre un mar de miradas curiosas. En ese instante, noto que alguien tira de mi pañuelo y me giro para descubrir que se trata de un amigo de la peña.
– ¿Otra vez viendo los gigantes? Pero, si es siempre lo mismo ¿vienes?
– Sí, vamos.
¿Cómo podría explicarle que, a través de la mirada de ese niño, puedo viajar en el tiempo para saborear la magia de mis primeros sanfermines?
BELLEZA REBELDE
Joselyne Hinostroza
Se acercaban las fiestas de San Fermín y con todo el caos y la exuberancia, las madrugadas arreligiosas eran el pan de cada día, pero no faltaban las historias sobre los barrios malditos. Un día un torero extranjero abriría el espectáculo donde aquellas bellas bestias de majestuoso porte daban pasos admirables al público y un poco desconcertados corrían como si de escapar se tratase, a pesar del ruido y respetuoso silencio, las apuestas subían sin que los demás lo supieran, pero según la leyenda nueva que circualaba en la comarca de la nueva avenida, el último día de las fiestas un torero fue asesinado por un cuerno de toro, una tradición muy turbia para los que no eran creyentes, un día en el sofá donde se hospedaba el asesino, se descubrió al perpetuador, era el mismo torero por no aceptar la valiosa verdadera tradición de San Fermín, admirar a los animales y no llevarlos a la agonía, pero por si fuera poco, el santo patrón se aparecía todas las noches para ablandar el corazón de estos seres humanos aterrorizados por sus propios actos y les daba paz, y dándoles la oportunidad de que decidan irse con él sacrificando su vida por la ansiosa tranquilidad.
UN TIEMPO MUERTO
Josep Bernat Santacreu Baidal
―¡Que va a empezar!, ¡Vamos, muévete!
Marcelo urgía a su amigo a acercarse un momento al bar de enfrente a seguir por la tele, como siempre, el encierro. El primero desde aquello.
―Hoy no. Quiero acabar esto. Mañana, tal vez.
―¡Si son tres minutos, tío, venga! Te espero allí.
Marcelo salió disparado. Las ocho de la mañana a punto de sonar. El chupinazo. La suelta. Las apelotonadas carreras hasta la plaza de toros desafiando al minotauro.
Antonio no era el mismo desde el accidente. Una cosa así le cambia la vida a cualquiera. Llevaban cinco años, desde que Marcelo entró en la empresa, compartiendo la ilusión de acercarse alguna vez a Pamplona. «Apto para su trabajo habitual de oficina ―le dijo el médico―. Para correr los sanfermines no, desde luego. Con todo lo demás, podrá. Ánimo». Y eso que él no sabía. A veces le venía la depre. Hoy, por ejemplo.
A mediodía, en casa, encendió el ordenador. El pódcast era un gran invento. Desde su silla de ruedas, este año prefería disfrutarlo solo. «Dadme tiempo», pensaba. No descartaba alquilar un balcón el próximo año. Se trataba solo de aprender a vivirlo de otro modo. Un tiempo muerto en el partido. Seguiría el juego.