XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL FIN DE LA PESADILLA

Juan Molina Guerra

Pamplona. Siete de julio. Suena un chupinazo. Se abre la puerta de los corrales y sale un mozo vestido de blanco, pañuelo rojo al cuello y una mascarilla sanitaria que le cubre el embozo. Porta una pancarta en la que puede leerse, rojo sobre blanco: ¡POBRE DE MÍ! Luego sale un nuevo mozo, y otro más, y así hasta cinco. Todos iguales, como clones. Siempre respetando un mínimo de dos metros de distancia, inician, en fila india, un leve trotecillo por la Cuesta de Santo Domingo, pasan por el Ayuntamiento y Mercaderes, Estafeta y Telefónica y culminan su periplo entrando en la Plaza de Toros. En todo el recorrido hay un silencio tan denso que puede tocarse. Pareciera que se oficiase un ritual funerario, como si hubiese muerto alguien con enjundia, alguien por todos respetados. Y es, entonces, en medio de la angustia, después de que la comitiva haya recorrido ochocientos cincuenta metros de dura e ineludible penitencia, cuando el hombro siente la mano que le aprieta y le zarandea y el oído oye la voz que le pregunta si está teniendo una pesadilla; que hay que levantarse ya; que este año, por fin, vuelven los encierros. 

IDIOSINCRÁTICO

Juan Moreno Peñaloza

Entre La Pamplonesa, desfiles varios, y cánticos, no entendí muy bien al principio. Solo después logré comprender que la esencia de estas fiestas tenía que ver con cierta simbiosis extraña entre “ímpetu e impotencia”. Primero, cuando los bovinos corrieron, saliendo de los corrales de Santo Domingo, con sus potestades inevitables, haciéndose camino entre las calles, su energía hacía imposible detenerles. Después, cuando vi que los administrativos edilicios buscaban hacer su marcha hacia la iglesia de San Fermín, que no lograban terminar por la presencia multitudinaria de personas, era otra vez la fuerza aquello que se encargaba de impedir algo. Mi teoría, simple en su base, quedaba probada. Luego de pasar unos cuantos años, de hecho, y tras eventos lamentablemente agresivos, en que ciertos personeros públicos recibieron golpes, otro aspecto abrió mis reflexiones. Según algunos, “ya fuera en dos o cuatro patas, los animales siempre lograban hacer que ganara la violencia”. Sin embargo, yo claramente veía en los ojos de los manifestantes, quizás más briosos que los de los toros, el clamor de la víctima que busca dejar de serlo. 

TOLÓN-TOLÓN

Juan Carlos (koldo) Campos Sagaseta De Ilurdoz

Soy un cencerro. Sí, el mismo que cuelga del cuello de las vacas y cuyo tolón-tolón, nos define como sonido, a lo que agrego mi compromiso de no repetir… lo. Solo quiero un turno en el relato para hablar de un humilde instrumento de música, y hablo del cencerro y sigo hablando de la música, vinculado a la gente, al trabajo y a la fiesta, y al que se le sigue faltando al respeto.
No quiero saldar viejas afrentas ni saber por qué las campanillas salen de gira con la orquesta y los cencerros bien estamos con las vacas. No reniego tampoco del servicio que damos ni tengo problemas con las vacas hartas, por cierto, de llevarnos colgadas y oír el maldito cencerro todo el día. Hubiera dado igual un acordeón, lo sé, pero fue un cencerro. Oírme la está dejando loca y, a mi, a su lado, con ella a cada paso, me parte el badajo su dolor. Sentimientos al margen, nuestra imagen pública sigue ligada a la boñiga. Necesitamos cencerros en las instituciones, en los tribunales, hasta en los encierros necesitamos cencerros. Ahí estaremos, también en la calle, como siempre avisando el peligro… si no se van delante.