DESCONEXIÓN FALLIDA
Juana María Igarreta Egúzquiza
Hoy es seis de julio, para mí un día más. Haciendo un ejercicio de control emocional, me he propuesto pasar de los sanfermines. Poner distancia me va a venir bien para centrarme en los estudios. Estoy orgulloso de mi decisión, “todo un signo de madurez” ha dicho mi madre.
Aquí estoy, tendido de sol. ¡Perdón!, tendido al sol quiero decir, pero es que la arena de esta condenada playa me recuerda demasiado a la de la plaza de toros. Cambio de tercio y me sumerjo en el mar, obviando la bandera roja. ¿He dicho roja? Las olas me persiguen furiosas con sus crestas astifinas… ¡Buf!, no sé si es el calor o la chirrinta de volver a correr en el encierro lo que me hace hablar tan raro. Me voy a tomar algo. Bajo una de las vitrinas del mostrador del bar no tardo en ver un plato de pimientos del piquillo; pero, ¡¿desde cuándo se parecen tanto a los pañuelicos de San Fermín?! Alguien descorcha una botella de champán, me tapo los oídos. Así no hay quien desconecte. Me vuelvo a Pamplona.
Estoy en mi habitación. Oigo la puerta de la calle. ¡Mamá todavía estoy muuuuy veeeerde!, grito mientras me visto de blanco.
Y VOLVER, VOLVER, VOLVER…
Julio Sánchez Mingo
Eramos jóvenes y nos encantaba bailar. Agarrao, ¡por supuesto! Y en los sanfermines de aquel año, en el Larraina, no paraban de tocar Volver, volver, de Vicente Fernández. Y volvimos, tantas veces como pudimos. Hasta que una microscópica gota de grasa con muchos cuernos lo dejó todo en suspenso. Y ahora, con el pelo blanco y muchas ganas de vivir, toca volver de nuevo, desafiando los pepinos de un chiflao —asesino de civiles inocentes— que nos pueden disolver a todos. San Fermín, Pamplona, los pamploneses y aquella adorable bailona nos aguardan. ¡Vladimiro, espera al 15 de julio!
EL CIELO PUEDE ESPERAR
Julio M. Larruga Mengíbar
A Ignacio, después de ochenta y dos años de vida le quedan pocas horas. Está inmerso en un dulce sopor inducido por la medicación, y en su mente se repiten en bucle los recuerdos más felices: El primer beso con Juana, el día que nació su hijo Iñaki, y ¡Cómo no! Corriendo con el periódico en la mano derecha entre los pitones de los toros.
Por un instante, recobra la lucidez y asiente con la cabeza a la propuesta que le realiza el desconocido que entra en la habitación para hablarle al oído. Ni Juana ni Iñaki pueden verlo, solo notan un leve y extraño olor a azufre.
Desde la muerte del padre, Iñaki ha cambiado su forma de correr el encierro. No sabe qué le empuja a variar su recorrido. Lo cambia por el inicial donde Ignacio le enseñó a correr, y empuña un periódico a la antigua. Tampoco sabe que en el conjunto de las ocho mañanas da exactamente 666 diabólicas zancadas delante de los toros, poseído por el alma vendida de su padre.