Yankis 7


En un rincón de la Plaza del Castillo, prácticamente junto al remozado Hotel La Perla, se encuentra la terraza del Bar Windsor. Desconozco la razón (tal vez por su nombre) pero este bar es punto de reunión para casi todos los sanfermineros anglosajones de cierta edad.

Si echas ahí un par de potes en la noche del 5 de julio, podrás ver cómo se reencuentran personas de los cinco continentes que no se han visto desde un año antes.

El caso es que hace ya unos cuantos Sanfermines un yanki se me acercó en el Windsor a preguntarme una cosa. Tras insistirle en que hablara mucho más despacio, conseguimos entenderle. Había alquilado una habitación en un piso de la avenida de Bayona y quería saber cómo llegar hasta allí. Perfectos anfitriones  como somos, se lo señalamos en un plano de la ciudad. Sonriente, agarró su petate caqui y se marchó.

Hora y media más tarde se presentó de nuevo. Había localizado el piso y ya se había instalado. Y regresaba para darnos las gracias e invitarnos a cerveza. Declinamos la cerveza pero aceptamos patxaran, lo cual supuso un tremendo descubrimiento para él.

Era simpático y resultaba agradable conversar con él (ya me diréis qué conversación no resulta agradable y quién no parece simpático un 5 de julio por la noche). Y nos contó que era un militar americano destinado en Kosovo.

Desde hace algún tiempo, cuando veo las imágenes de los telediarios en las que se ven los ataúdes de soldados norteamericanos que regresan de Irak o Afganistán no puedo evitar pensar que tal vez aquel yanki simpático viaje en el interior de uno de ellos.

O que haya sido el que haya bombardeado, colateralmente, una boda o un autobús en una carretera perdida.

Mierda de mundo, vamos.


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