16:30 PM Once de Julio, local de la peña Anaitasuna.
Ese día, sin saber el porqué ni el cómo, Papy, nuestro héroe, se encontraba reposando la contundente comida, pochas y ajoarriero, alrededor de una mesa situada en la calle. Gracias a la vorágine sanferminera, había conocido a Zorton, abigarrado espécimen pamplonica, el cual le había insistido en invitarle a comer a su peña. Ése día disponían en la calle una hilera de mesas y bancos corridos delante de los cuales daban rienda suelta a cánticos, chanzas, gritos guturales y risas varias. El tiempo acompañaba y el olor del excelente habano que se estaba metiendo entre pecho y espalda le hacía flotar y gravitar a varios metros del suelo. El sol le calentaba su rostro, el pacharán su alma y una cuadrillas de alegres neskas, la vista. Pura magia sanferminera.
La charanga había hecho acto de presencia en la sobremesa. No sin hacerse de rogar, atacaron con rancheras y canciones varias .La gente bailaba agarrándose, jatorra, coreando las canciones al unísono, unos sentados, otros de pie. A su vez, otras cuadrillas, mezclaban con cierta destreza dentro de unos inmensos cubos ingentes cantidades de vino, licores varios, ,limón, naranja y frutas varias elaborando con cierto ritual unas sangrías descomunales. Era el avituallamiento para la corrida de toros.
Zorton, agarrándole por el cuello, le introdujo una entrada en el bolsillo de su camisa.
—Te vienes con nosotros a los toros y punto.
Éste, a diferencia del blanco generalizado, portaba la elástica verdiblanca del Betis coronada con un gorro-peluca con forma de elefante imposible.” Cerca de los bureles me verás, Más no demasiado “recordó para sus adentros. Aceptó sin rechistar la invitación. No había entrado nunca a sol con las peñas y creyó que era una excelente oportunidad de pasar desapercibido entre la masa y esperar con paciencia de cazador a que su presa saltara a su vista.
Salieron detrás de la pancarta con la charanga en dirección a la plaza de toros.
El gentío y el ruido de la masa blanquiroja ascendían según se acercaban a los aledaños de la colosal, coincidiendo con otras peñas. Un gentío de curiosos contemplaban el paso de la docena de peñas y sus peculiares miembros, unos tocados con gorros y gafas estrafalarias, tocados imposibles, sombrillas, aletas de buceador, y un largo etcétera, en los aledaños de la monumental. Cada una estaba pertrechada de su propia pancarta y charanga, que solo dejaba de tocar para hacer la entrada al graderío de sol.
La plaza, elegantemente acicalada con telas verdes y rojas y un albero recién regado, les esperaba. Los mozos, también mojados por dentro, hacían su entrada, poco a poco, no sin dificultades, saludándose unos a otros, colocándose en el graderío. En frente, el tendido de sombra, aún sin llenar, silencioso, les aguardaba. Lo primero que le llamó la atención fue el estruendo de las múltiples charangas que elaboraban una macedonia sonora compuesta por decenas de canciones distintas, imposibles de escuchar con nitidez y menos de entender estribillo alguno. Todos seguían bailando, levantando los brazos y bebiendo todo tipo de mejunjes. Estaba claro que lo importante era la fiesta que se estaba desarrollando en sol y lo de menos la corrida que estaba a punto de empezar.
Fue entonces cuando le pareció distinguir a su objetivo durante un instante en el palco situado enfrente. Su silueta era inconfundible. Estaba pensando en la manera en que podía dirigirse hacia su objetivo cuando de repente, una cantidad ingente de sangría se le vino encima, calándole a papy de arriba abajo, incluyendo su frondoso bigote e impidiéndole ver nada. Zorton le había vaciado un cubo entero de sangría encima, a la vez que le tocaban inexplicablemente el cumpleaños feliz.
—Bienvenido a sol, papy…
—Tu madre, le respondió nuestro protagonista, a la vez que se abrazaban, reían y cantaban de manera irracional.
—Papy-tuuuuuuuu, madre, jajajaja, a partir de ahora te llamaremos así…..Papytu Madre.
Fue en ese momento cuando se le hizo la luz. Desde ese instante y tras el bautismo de sol, Papytu Madre, metro noventa de humanidad y deslumbrante bigote decidió aceptar su nueva denominación y obviar por unas horas todo rigor y cualquier búsqueda que no fuera la de lo irracional y alegría inmediata. Cogiendo un katxi de sangría, le pegó un trago largo y brindando al sol, emitió un gutural grito que por unos instantes flotó por encima de la marabunta:
—Juro, por un conjuro, que ya te encontraréeeeeeeeeeeeee…
Fue sólo un mágico segundo que quedó amortiguado por la txaranga, que atacaba la chica ye-ye. Mientras tanto, un burel enciclopédico irrumpía con ímpetu en la plaza, pero esa era ya otra historia.
(CONTINUARÁ…)