XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
LA VÍSPERA
Enrique Martinez Horcajo
A Julián siempre le gustó madrugar, pero aquel 5 de julio no lo hizo por costumbre, sino por necesidad. La ciudad tenía otro pulso. Se calzó despacio, como si ese simple gesto pudiera contener el alboroto que empezaba a trepar por las paredes de Pamplona.
Caminó por la calle Mayor mientras los operarios colgaban pañuelos rojos en los balcones, uno tras otro, como si alguien los hubiera bordado con prisa y emoción. Las farolas, aún encendidas, brillaban contra los adoquines húmedos. El aire olía a café recién hecho y a madera vieja, con un eco lejano de clarines en el silencio.
Se detuvo frente al escaparate de la ferretería de Fermín, ahora cubierta con carteles del encierro. «Fiesta, fe y locura», pensó. Luego miró al cielo, que empezaba a teñirse de rojo, igual que la ciudad.
Un niño pasó corriendo con un tambor en las manos, y por un instante, Julián creyó escuchar los pasos de su padre, muchos años atrás, en esa misma calle.
La ciudad se vestía. Él también. Aunque este año no bajaría al chupinazo, su alma, como cada año, ya estaba en la plaza.
ERA UN 7 DE JULIO
Eric Bats
Era la hora en que los rebaños van a beber y la luz naciente y amarillenta del amanecer roza los prados. Dentro del coche, se hallaban conmigo dos compinches ; allí habíamos encallado hacia las cinco de la madrugada.
La hora en que, de tanto beber alcoholes improbables, se pierde incluso el uso de la palabra, y la gracia repentina de nuestros ademanes aproximativos se acaba brutalmente entre brazos de la providencia o entre los asientos de un coche. Depende.Al abrir un ojo en mi reloj, me sobresalté : pronto empezaría el encierro. Desperté a mis amigos con la dulzura de un clarín en un dormitorio de soldados. Los olores, que mucho después seguirían impregnando el coche, aquel verano 94, ya eran un motivo suficiente para desembarcar.
Tras recorrer las calles, nos encallamos, en un bar que olía a churros y chocolate, café y purito. Bebimos, azorados. La noche había sido más breve que una media verónica, pero nos quedaba algo de sangre dentro del alcohol. Lo bastante como para poder aguantar hasta los cohetes que soltarían los toros.
El bar rebosaba de chicas, chicas bonitas que reían a carcajadas. La dulzura de aquella mañana de verano invitaba a la inmovilidad y la contemplación.
LAIA, CORREDORA VOLANDERA
Ernesto Maruri álber
-Papá, quiero correr los toros como tú.
-Con seis años está prohibido.
-¿Cuándo podré?
-Con dieciocho.
-He cumplido dieciocho: quiero correr el encierro contigo.
-¿Sabes por qué corro?
-No.
-Para que tú no tengas que correr.
-Correré sin ti.
-No cuentes conmigo para jugarte la vida.
Diecisiete sanfermines corrió Laia en el último tramo. El padre corría al salir los toros del corral. Evitándose. Sin conversar nunca sobre ello.
Hasta que a los treintaicinco años, la ELA impidió correr a Laia.
Al año siguiente, su padre le propuso correr empujando la silla de ruedas al esprint.
-Demasiado tarde. Está prohibido.
-Lo siento tanto…
-Déjalo, papá.
-¡Un arnés!
-¿Qué?
El padre encargó a ELAFLEX (Elastómeros Flexibles) la elaboración de un “elarnés”: un arnés para la Esclerosis Lateral Amiotrófica.
Un año después, en la ligera cuesta abajo que da al callejón de entrada a la plaza, el padre corre delante del único toro colorado, Eladio. Con Elaia a la espalda. Sujeta con correas y hebillas, agitando brazos y piernas, temblando descosida, llorando rediviva, riendo descoyuntada, gritando lo impensable.
Al entrar en la plaza, los aplausos y vítores se redoblan.
El padre la suelta, la coge en brazos, la besa en la frente y dice lo inaudible.
EL TÍO LA VARA
Ernesto Pérez Esteve
Yo debuto este año, pero mis padres decían que a ellos siempre les mandaban ir los primeros.
Y parece que eso es lo que me quieren transmitir los varazos de este tipo en el culo. O es que me tiene manía, vaya.
Ah, sí, mira, abren los portones. Yo también me abro. El primero de los doce, por si acaso. Estoy harto de la vara de este energúmeno.
Se vienen todos detrás. Era eso, pues. Parece que hay que seguir a los de blanco.
Vaya, pues corremos más que ellos. Como no se aparten…
Pues sí, algunos se apartan. Y me pegan en el culo. Esta vez con un rollo que llevan en la mano. Este no duele.
Pero otros no. Corren delante como posesos. Yo no quiero pillarlos; ese no es mi curro. Yo soy “mansete”, pero claro, si me obstaculizan…
La cuesta mola, pero ¡vaya curvita acabamos de pasar! Casi me estampo. Algún compañero ha resbalado y se ha llevado a gente por delante.
Se han desperdigado. Llego el primero a la plaza. Voy solo, con los de blanco. Del tío la vara, ni rastro.
Veo entrar a mis «compis» a la plaza. Están los once.
¡Y el de la vara también!