XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

GRACIAS, SAN FERMÍN.

Ivonne Del Pozo Pacheco

Fueron en aquel invierno tus ojos los que quisieron robarme el color de mi alma. Llegó la primavera y seguía queriendo huir de tu suavidad.

Pocas noches en ti bastaron para arrancarme algo más que el sueño. Me quitaron lo que más tarde me fue devuelto.

Tu generosidad me cautivó, una esencia insospechada que me atrapó, exageradamente, como una cabaña y su fuego en el monte, en una tarde con tormenta de nieve.

Mi huida a Pamplona fue, en julio, totalmente premeditada. Me lo había prometido decenas de veces, hasta que rozando los cincuenta le eché valor y volé.

Quería alejarme y encontrarme.

Allí, dispuesta a la sangre y el olor de los toros, busqué a Hemingway en los acentos ajenos, logré lo que no había conseguido en meses. Me reconocí. Entre tanta gente que sudaba sus tristezas y sus alegrías. Yo era una más: latiendo nuevamente.

Allá me dispuse a sudarte… Justo en aquella tarde intensa de lluvia. Expiación necesaria. «¡Pobre de mí!» Grité al unísono.

Olvidé tu calor. Te guardé para siempre. Meses de lucha interna.

Pamplona y su murmullo intenso me acunaron. Vibré.

Satisfecha y agradecida estoy a San Fermín por la oportunidad de ser libre otra vez 

EL PULSO DE LA FIESTA.

Izaskun Albéniz álvarez De Eulate

La tinta impresa en las palmas de las manos, los cordones atados y las voces al aire. Sobre un estampido de pólvora, vibra el hálito grave del torrente de astados en la espalda mientras el corazón late en un puño. Suena el revuelo en espiral del frufrú de las faldas de los gigantes y los chupetes cuelgan de la mirada inocente de los ojos infantiles.
Una sonrisa clandestina. Pinchos y un puñado de brindis al amparo de los chistus. La exaltación de la amistad antes de un beso furtivo bajo las estrellas piromusicales.
Después, los adoquines enjabonados y de vuelta, antes de las ocho, las voces de los mozos trepan de nuevo por la hornacina. Sonrío. Un día más todo está en orden bajo el manto.
 

RECUERDOS VERDADEROS

Jacobo Vieites Sánchez

Corre. Las suelas golpean los adoquines. El aire huele a adrenalina, sudor y fiesta. A cada zancada, siente el retumbar de los toros acercándose. Gritos. Empujones. Alguna caída. Él salta, sigue. A su lado, un chico lo acompaña con ojos brillantes, iguales a los suyos en su primer encierro. Doblan la curva de Mercaderes. El muro de cuerpos se abre, la plaza les espera. Lo han logrado. Otro encierro. Otro 7 de julio.
Lo recuerda siempre igual. Todos los días. En su habitación del geriátrico, repite la carrera palabra por palabra. A veces corre solo, otras con aquel amigo que murió hace ya décadas. En ocasiones no recuerda ni su nombre, pero sí cada piedra de la calle Estafeta. Así cada día desde hace ya seis años.
Hasta que su hijo lo toma del brazo mientras lo escucha una vez más entre la multitud. Entonces el chupinazo interrumpe su infinita historia bajo el sol del mediodía. “Viva San Fermín”, grita el anciano con los ojos rebosantes de juventud. Y por un instante, durante ese día de julio, el encierro que repite cada mañana en su cabeza no es una trampa de su memoria, sino una verdad compartida.
Una victoria contra el olvido. 

EL CUERNO DE ORO

Jaime Huerta

Pamplona era un hervidero de pañuelos rojos. Entre la manada oscura, uno destacaba: un toro azabache con un cuerno de oro macizo que refulgía bajo el sol navarro. Nadie sabía de dónde había salido, un murmullo recorrió la calle : «El cuerno dorado otorga la inmortalidad por su asta en la embestida».

La multitud, antes temerosa, ahora se debatía entre pánico y una codicia sobrenatural. Los mozos más osados intentaban acercarse, provocar la embestida que les cambiara el destino. El toro, de nombre «Deseo», parecía consciente de su poder, esquivando con inteligencia : ¿Quién sería el elegido? ¿O el condenado a una eternidad incierta?

De pronto, «Deseo» fijó su mirada en un joven vestido de blanco impoluto, paralizado en mitad de la calle. El tiempo se detuvo. El toro arrancó, el cuerno dorado apuntando certero. Un grito ahogado. El joven voló por los aires, una sonrisa extraña en el rostro al sentir el frío metal en su costado. La leyenda era cierta. Pero la euforia duró poco. En la confusión de la plaza, una estocada certera, por error o por ignorancia acabó con la vida de «Deseo». La inmortalidad había sido concedida, pero el portador de la magia yacía sin vida en la arena. 


XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SUEÑOS DE TORO

Israel Cordero Moya

En el “encierro” de la fiesta de San Fermín de 2024, uno de los toros, conocido como Numa, era muy especial. Tenía una inteligencia superior al promedio y era capaz de recordar sus sueños.

Nunca había sido herido, lo que le permitió sobrevivir a muchas fiestas, hasta el año 2024, cuando, en el último instante de la carrera, fue empujado por otro toro y chocó contra un muro con numerosos fierros afilados que sobresalían, los cuales atravesaron su cuerpo. Ni siquiera fue llevado al matadero, pues su cuerpo estaba demasiado destrozado.

Algunas personas, conmovidas por su destino, lo recogieron, lo subieron a un camión y lo llevaron lejos, hacia el campo, para darle una sepultura digna.

Fernando, una de las personas que sepultó a Numa, comenzó a tener sueños extraños. Día tras día, sentía que habitaba el cuerpo de un toro y sabía que se llamaba Numa. En todos esos sueños se encontraba en la fiesta de San Fermín, anhelando ir a vivir al mundo de los toros libres, una leyenda que solo se cuenta entre los de su especie. 

INTENSIDAD

Itziar Albar Dacosta

14 de julio de 2004, 12:00 horas. Yo en plena adolescencia, en la flor de la vida, intensa como la traca final. Primeros sanfermines en los que no tengo hora para volver a casa, los más sentidos, los más experimentados. Todo tipo de complementos cubren cada día mi cuerpo, el monillo de peluche, colgado de mi 24/7 como confidente. Abrazos en los miles de encuentros, bocata en la txozna del Nafarroa Oinez, fuegos en los fosos de la Ciudadela, risas en cada esquina. Barracas, conciertos en los Fueros, paseíllo por Jarauta; la Viña, el Zulo, sudada en el bar Viana, más dudada en el bar Jarauta… Chupitos de tequila, kalimotxo por doquier. Cada día una anécdota para reírse, disfrutar, enfadarse. Quedada con los gurasos, vinito dulce con canutillo y para casa. Dormir cuatro horas y al encierro. Plaza de toros, vaquillas y a dormir a casa, otro día más. Quedada en Antoniutti a la tarde y volver a empezar.
Cada experiencia, ya convertida en recuerdo, representada en cada lágrima de mi cara, iluminada por la llama de la vela que sujeto entre mis manos. No voy a volver a vivir lo mismo, pienso. No puedo esperar un año más. Pobre de mí.
 

GEREZI KONFITATUA

Itziar Olaizola Gorrotxategi

Kanpoko zalaparta hasitakoan, gortinak baztertzeko eskatu diot erizainari. Kale kantoian magoa ikusi dut haurrei trikimailuak egiten, kilikia magoaren atzetik, erraldoia kilikiaren atzetik, eta jendea erraldoiaren atzetik. Jendea eta jendea: txuriak, beltzak, horiak, marroiak; altuak, ertainak, bajuak; herrenak, ez-herrenak, aulkikoak, zutikakoak, zeharkakoak. Denak zuri-gorriz Iruñeko kaleetan.
Bi lagunen artean, aulkidun gurpilean esertzen lagundu didate. Bakarrik gelditu naizenean, egun berezietarako gordeta nituen likoredun bonboitxoak atera ditut armario zokotik. Alabak ekarri zizkidan, azkeneko aldiz bisitatu ninduenean.
Ez omen zait txokolate gozoa komeni, beraz, zulo txiki bat egin diot bonboiari, eta urte haietan Navarreria kalean hartzen genuen txupitoa dela imajinatu dut. Betazalak itxi, eta likorearen berotasuna sentitu dut eztarrian behera, gerezi konfitatuen zaporea, zuk beti hartzen zenuena.
Berriro kaxan kokatu dut hustutako bonboia.
Erizaina sartu da gelan, eta kaxa luzatu diot. Justu, utzi berri dudana aukeratu du. Gereziaren esentzia omen du. Barre murritzarekin erantzun diot.
Hamabiak gerturatzen ari dira, eta laster pasatuko da iloba balkoipetik. <>, urtero bezala, txupinazoaren aurretik zein garbi datorren erakusteko. Aurreko kalean kalimotxo botilak lagunari pasatu dizkio. Ez diot badaezpada kontatuko gu nola ibiltzen ginen. 50ekoa bota diot, arropa-pintzarekin lotuta. <>.
Bi bonboi ditut zulatuta txupinazoaren suziriarekin edateko, zurekin, Navarreriako txoko zaharrean.
Zapia lepoan…
Guregatik, topa!
Gora San Fermin! 

¿QUIEN SOY?

Ivan Maraver Martin

Estoy rodeado de muros y mis patas pisan firme, pero algo en el ambiente me inquieta. No es miedo, no exactamente. Es una sensación que vibra en mi piel, como si el mundo entero estuviera esperando algo de mí.

Escucho los primeros sonidos que se acercan con rapidez. Son gritos, risas, gente corriendo. Algo está sucediendo allá afuera, más allá de estos muros. Mi corazón late con fuerza, y mi respiración se hace más profunda. Siento que soy algo más. Soy parte de esto, de lo que sea que esté por venir

Las puertas se abren y la luz del sol me ciega por un instante. Ante mí calles estrechas, adoquines grises, y una multitud que corre, que grita, que vive. Como un río humano y yo, me muevo, casi sin pensarlo y mis patas golpean el suelo con un ritmo que parece marcar el compás de algo antiguo, algo que está escrito en mi sangre. Corro, estoy vivo. Cada paso es un latido, cada respiración un canto. Yo soy el centro, el eje de este momento.

Soy el toro, pero también soy el símbolo de una tradición milenaria que ha pasado año tras año, por la piel de mis ancestros.  


XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

TORO DE TRAPO

Isella Carrera Lamadrid

A Itziar le contaron que los toros corrían como ráfagas de viento; que la ciudad rugía entera, estremecida por el estrépito de pezuñas y campanas; que los balcones temblaban de júbilo, y que el aire se teñía de rojo y sol. Pero ella solo podía escucharlo: nació ciega.
Cada julio, su padre le narraba el encierro con voz de tambor y vino; tejía con palabras una fiesta que se desbordaba más allá de sus ojos cerrados. Y para que también lo sintiera, le construía un toro de trapo: cuernos de cartón, ojos de botón, cuerpo de retazos y alma de juego. Lo ataba a una cuerda y corrían por el pasillo. Él mugía; ella reía.
Este año no hubo carrera. Su padre ya no estaba.
Pero Itziar, con manos de nostalgia, se anudó el pañuelo rojo como quien abraza un talismán. Sacó el toro del armario… y lo arrastró por el suelo como antes. Descalza, temblando, corrió. La casa la reconoció: crujieron los tablones, susurraron las paredes. Cayó; se levantó.
No vio nada. Pero lo sintió todo: el temblor del gentío; la música suspendida en el aire; los gigantes danzando bajo un cielo que ardía.
Y entonces… una mano invisible le rozó los dedos.
 

DONDE EL TIEMPO EMBISTE

Isidro Moreno Carrascosa

Desde la cúpula de neón en la órbita terrestre, Ernesto veía archivos de un mundo extinto. Hologramas que le envolvían en una realidad distinta.
Era un rito: hombres corriendo junto a bestias, envueltos en blanco y rojo, como pétalos manchados de sangre. Pero a la experiencia holográfica le faltaba algo. Era insípida.
Activó el módulo de tránsito sin orden ni permiso y se internó en el túnel del tiempo. Quería sentir el pulso de aquello que ya no existía.
Apareció en Pamplona, un 7 de julio de un siglo olvidado. El aire tenía sabor a vino, a barro, a sudor y miedo. A vida.
Se dejó llevar por ríos de gente.
Corrió obedeciendo al instinto del miedo. A su alrededor, voces, rezos, el trueno de los cascos. El suelo vibraba como un tambor ancestral. Un toro raspó su hombro, y en ese roce sintió siglos condensados en un segundo.
Cayó al final del tramo. Nadie lo miró como extraño. Todo era presente.
Cuando regresó a su tiempo, su hombro ya no tenía arañazos, pero sí quedaba un recuerdo tatuado en el alma.
Y cada 7 de julio, cierra los ojos y todavía escucha la música, los gritos y el viento con olor a eternidad.
 

SESENTA

Isidro Fernández Bécares

Estaba a punto de cumplir los sesenta. No se podía creer como había corrido el tiempo. 60 años se repetía, una y otra vez, mientras observaba orgullosa jugar a sus queridos nietos. Sabía que había corrido demasiado rápido toda su vida, aunque su andar fuera cansino.

Observaba como disfrutaban los vástagos de su hija mayor, y al mismo tiempo intentaba recordar algún momento de su vida a esa misma edad. El mayor tenía cuatro años, le miraba y pensaba que con esos años los recuerdos tienen que quedar plasmados en algún lugar. Escudriñaba los añejos recuerdos, pero no, no conseguía traer ninguno con esa edad.

Viendo que no recordaba nada de su niñez empezó a echar cuentas. Sesenta menos cuatro son cincuenta y seis. Siguió echando cuentas y a restar. Sin darse cuenta la alegría en su cara viendo a sus nietos disfrutar, había pasado a un rictus depresivo, al comprobar que toda su vida la podía resumir en poco más de un minuto o con sesenta imágenes.

Daba gracias al recuerdo de su primer San Fermín, conseguía alejar la depresión y volver a sonreír. Qué bien se lo pasó. 

LLEGÓ EL MOMENTO.

Ismael Sesma Del Val

Cuando me aprieta la nostalgia y me dejo llevar, preparo el cola-cao en un vaso de plástico que me trajo papá de Pamplona siendo una niña. Tiene grabado a Caravinagre, que me observa serio y atento mientras bebo. Detrás de su mirada vislumbro la de papá, con ese brillo acuoso que le aparecía cuando volvía a su tierra, sobre todo en sanfermines. La mejor fiesta del mundo, ya verás cuando vayamos, me decía cuando volvía, exultante, risueño y cercano de una manera muy especial, que se perdía poco a poco, como un globo pinchado, al cabo de unos días de volver a sus rutinas. Ese momento ha llegado, le digo a Caravinagre, sé que mi padre allá donde esté lo escuchará y sonreirá. Preparo la maleta en blanco y rojo y marchó hacia la fiesta, que me espera con los brazos abiertos. 


XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

HUMANAS ESTRELLAS

Iria Conde Martínez

Como si fueran estrellas abandonando sus constelaciones, como si los astros muriesen al unísono y el mundo volviese a empezar al ritmo de las explosiones, el cielo se llena de color. La luz, de tonos que tan solo la más viva imaginación pudiese soñar, inunda el mundo. Es entonces cuando los espíritus de todos los que una vez habitaron esta tierra se alzan al unísono, despertados por los artificios de llamas construidos. El fuego ya no es solo fuego, la pólvora es ilusión y la luz es alegría. Un fugaz momento en el que, bajo un cielo de estrellas coloridas, se unen, vivos y muertos, en la celebración del ahora que promete un mañana teñido de esperanza. En la noche pronto reinará de nuevo el silencio y la luna brillará en solitario, pero, por un instante, Pamplona alberga una miríada de estrellas humanas. Los fuegos que en el cielo se iluminan son símbolos de una tierra y de una fiesta que une, inundando el mundo de color.  

A CONTRACORRIENTE

Isabel García Viñao

-Eres aburridísimo en los Sanfermines. ¡Pasmarote más que pasmarote!
Juan piensa en cómo darle gusto a su mujer que es sanferminera de pies a cabeza y ninguno de los actos le da pereza.
Sale de casa cantando: Doce de diciembre, once de noviembre, diez de octubre, nueve de septiembre, ocho de agosto, siete de julio y San Minfer. A Pamplona hemos de ir. ¡No es tan musical pero me da igual! ¡Te vas a quedar con la boca abierta, mi Soledad!, dice.
Se echa vino en la camiseta con una bota, gota a gota. Es abstemio. Sueltan toros y cabestros. En lugar de correr delante, va detrás de ellos y se le agitan sus cuatro cabellos. Al último ungulado, que jadea agotado, le coloca un pañuelo rojo en cada cuerno. Le dibuja un corazón con sus manos y lo besa en la cerviz.
Un grupo de jóvenes que ve su heroicidad lo levantan muy gustosamente a hombros. Le corean: ¡Que viva tu bravura de locura! Cuando su mujer se da cuenta que su marido entra a hombros en la plaza, se queda estupefacta. Se desvanece y casi perece. Pero con el beso de amor de su pasmarote, resucita y da un bote.

 

MIRAR ASÍ YA ES BESAR UN POCO

Isabel González Suárez

Estábamos los dos sentados en un café monísimo de Madrid. El único pero que le ponía a la estampa era que mi té estaba tibio, y yo tengo una máxima en la vida que es «tibio ni el té ni el amor». Pero bueno…
Él no me quitaba los ojos de encima y yo de vez en cuando lo miraba. Estábamos ambos un poco nerviosos (de los nervios sanos) porque hoy mi familia lo iba a conocer. Pero no había nada que temer realmente, ¡es un partidazo! Pero, bueno, algo de respeto le teníamos a la situación en sí. Sin embargo, queríamos disfrutar el momento presente al máximo. «La belleza de la vida está en los momentitos como este»-le dije. Y él se tranquilizó un poco y se despreocupó por la marabunta de preguntas que le iban a caer en cuestión de menos de dos horas. De nuevo, volvió a mirarme con esa mirada negra, pestañuda, poderosa y con esas cejas preciosas y es que mi rendición era inevitable: le di un beso de esos en los que se para el tiempo. La verdad es que con su mirada me lo estaba pidiendo a gritos. «La cuenta»-dijo. Nos fuimos de la mano. Un sueño. 

DE REGRESO

Isabel Flamarique Iriarte

Buf, que nochecita….se nota que es julio, la melancolia del otoño nos trae los niños en verano, hoy han sido tres
Uno Fermin ( como no) estamos a 7 de Julio, luego han venido Ainara y Mikel, los dos juntos, asi que me voy de retira, cansada pero contenta
CHURROS , CHURROS PA DESAYUNAR, LARA, LARA,LARA, LARA, LARA,LA LA LA…..
No por favor! L a Pamplonesa con la dianas! Y yo con estos pelos !Encima no me puedo escaquear, estan en mi calle

Eh Laura! Donde andas? Vas o vienes?
Es mi vecino del cuarto. Es muy simpatico, coincidimos en el portal muchas veces,cuando vuelvo del trabajo El va
Aupa maja! Que vienes del curro? Mira aqui con la cuadrilla

El director de la bandada un toque con su batuta » La Pilindros» dice
Mi cuerpo da un vuelco, es mi favorita! Levanto mis brazos y empiezo a bailar, ya no estoy cansada! me uno a la cuadrilla, soy una mas dentro de una masa de olores donde se mezclan el Baron Dandy de los » Pamplolimpios» con el tufillo a sudor de los trasnochadores
HA VULTO A PASAR. Es la magia !!!! La magia de estas fiestas capaz de resucitar a un muerto

 


XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SANFERMINES AÑOS80

Inmaculada Sayas Mendia

Amaia se ha aburrido de llorar. Necesita salir del pueblo. Queda con su amiga Miren para ir a Iruña al día siguiente de madrugada. Este año tienen que ir a S. Fermín. Salen sin hacer ruido. No van vestidas de rojo y blanco. Su idea de la fiesta está marcada por lo ocurrido unos años antes. Aparcan donde pueden y van al centro. Lo que ven es como haber traspasado una línea espacio temporal. La plaza del Castillo está tomada por gentes venidas no se sabe de dónde buscando ¿qué?
Llegan a la Navarrería y se mezclan con un mundo de vaqueros, melenas,trenzas, flores y droga. Son los hippies que no acaban de renunciar al «espíritu de Woodstock».
Los gigantes y los cabezudos bailan impasibles en medio de los extraños visitantes que les miran entre nieblas de resaca y maría.
Todo se mezcla. Amaia y Miren se dejan llevar entre lo nuevo y lo viejo. Procesión, gaitas, txistus, policía…y esa marea de gente que nadie entiende. Se funden y queman el día mezcladas con ellos.
De madrugada llegan a casa de Amaia. Hay luces. De golpe vuelve la realidad. Su aita acaba de fallecer.  

DONOSTI EN ROJO Y BLANCO.

Iranzu Urtasun Morrás

Como cada año, aquel 6 de julio ella se despertó con un nudo en el estómago. Pamplona se vestiría de blanco y rojo. Pero aquel año no.
Vivía en Donosti y trabajaba en una residencia de ancianos. Allí no había pañuelos en los balcones. Ni cánticos. Ni aglomeraciones. Solo pasillos tranquilos y el sonido de bastones y andadores.
Cogió aire. Ese día iba a ser diferente. Había organizado algo especial para los residentes.
A las doce en punto, subió al balcón. Llevaba una blusa blanca y un pañuelo rojo al cuello. Los mayores esperaban. Todos con sus pañuelos rojos y con sus copas para brindar.
Josean encendió el cohete. Contó hasta tres.
—¡Viva San Fermín! Gora!
Los ancianos aplaudieron. Uno bailó. Otra lloró. A ella también se le humedecieron los ojos.
No era la plaza del Ayuntamiento. No era el bullicio pamplonés. Pero había emoción.
Alguien le tocó el brazo.
—Gracias, hija. Hacía tanto que no celebraba San Fermín…
Sonrió. El nudo en el estómago se deshizo.
Ese día, Pamplona vivió en Donosti. Aunque solo fuera un rato. Aunque fuera en una residencia.
Y,por primera vez en mucho tiempo, se sintió como en casa .
Feliz. Roja. Blanca. Y más de Pamplona que nunca. 

YA FALTA MENOS

Irene Nuin Garciarena

En un ambiente cálido y oscuro, me envuelve la ternura de mi ama. Siento sus nervios buscando ropa blanca y el pañuelo de la cuadrilla. Se acaba de juntar con ellas, parecen nerviosas, un poco alocadas, comparten nuevas anécdotas e historias que marcaron una época. La felicidad es contagiosa. Quiero salir, pataleo. Unas magras con tomate me tranquilizan.

Mención a la Calle Mayor. Otra cuadrilla, más niños y muchas risas. ¡Qué historias pasadas les unirán! El bullicio es intenso y alegre. De repente, un estruendo en el cielo de la vieja Iruña: el Txupinazo. A ritmo de txistus y gaitas, pataleo. La fiesta ha comenzado.

Siguiente parada. Parece el bar de cada 6 de julio, el bar de los reencuentros. Muchas enhorabuenas, abrazos y boinas rojas. Una ronda de patxaranes para celebrar. Llega la txaranga y la chica ye-ye, yo sí que estoy alborotado. Puedo sentir la emoción y la alegría. Mi ama se pierde entre la música y el jolgorio. Me acarician, pataleo. Sigo siendo el rey.

Mi aita me habla con suavidad. Me dice que ya falta menos. Pero yo ya siento por mis venas un San Fermín, pataleo. No sé qué tienes Pamplona, pero tu latido vibra en mi diminuto corazón.  

UN LATIDO BLANCO Y ROJO

Irene Zalba Cabanillas

Cada año, cuando llega el seis de julio, mi corazón late diferente. Días previos las calles de Pamplona visten de otro color, visten de blanco y rojo. San Fermín no es solo una fiesta en Pamplona, es parte de quienes somos. Nos invade una emoción, una alegría que contagia a todo el que viene. Desde que era niña, recuerdo a mi madre planchando con cuidado el pañuelo rojo y dejando la ropa blanca sobre la cama. Todo el barrio se despertaba con sonrisas, abrazos y el eco de los preparativos.
El «chupinazo» se siente en la piel. Se nos eriza. Es como si toda la ciudad respirara al mismo ritmo. Compartimos risas, bocadillos, anécdotas, y una emoción que no se puede explicar con palabras. Tienes que venir para sentirlo.
Los encierros se viven con respeto, y aunque no todos corremos, todos sentimos ese nudo en el estómago al oír los cohetes. Por las tardes, las charangas nos invitan a bailar sin vergüenza, y por las noches los fuegos reflejan en nuestras caras el orgullo de ser pamploneses.
San Fermín es eso: una ciudad que se abre, que acoge, que se vuelve una gran familia. Cuando se acaba, queda el silencio… y el alma llena.