XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

TODOS SOMOS PTV (PAMPLONICAS DE TODA LA VIDA)

Ana Beixi Ausín Arpón

¡1 de Enero, 2 de Febrero, 3 de Marzo, 4 de Abril, 5 de Mayo, 6 de Junio, 7 de Julio San Fermín!…Cada inicio de mes, subimos ese peldaño que nos acerca cada vez más a las ansiadas fiestas de San Fermín. Nosotros, los PTV (Pamplonicas de Toda la Vida) amenizamos la espera con pregones, peñas, comidas, y actividades culturales para todo el mundo, como el torico de fuego, la disco fiesta y los fuegos artificiales manteniendo así viva la ilusión. Esta festividad ha tenido un gran alcance e impacto internacional, trascendiendo fronteras y llegando a todos los rincones del mundo, donde miles de personas acuden cada año a Pamplona, contagiándose así del espíritu sanferminero, y convirtiéndose, también, en PTV, de corazón. El Chupinazo, el 6 de julio convierte la Plaza Consistorial en un mar de alegría, fervor y pañuelos rojos, pues marca el inicio de los Sanfermines.
Estas fiestas no serían lo mismo sin los encierros y el cántico a San Fermín, pidiendo protección antes de correr. Como dice Hemmingway: «Nadie vive del todo… salvo los que se atreven a correr». Por eso, como PTV, sabemos que hay que correr sin mirar atrás, siempre hacia San Fermín.”

 

EL ENCIERRO

Ana Cristina Rodríguez Hernández

Las campanas del cielo marcan el inicio. La tierra, suspendida, densa y llena de promesas, vibra bajo mi ser. Cada movimiento resuena, como el latido de un corazón compartido. Corre, corre, escucho en mi interior, mientras siento los cuerpos que caen a mi paso, lienzos blancos en una reverencia.
Ellos van a la cabeza. Seguimos su andar, tratando de huir o de alcanzar algo que se nos escapa. No somos tan diferentes. En ese instante, somos un torrente que se arrastra por las calles estrechas. No hay distinción, ni separación. Soy fuerza, soy aliento, soy el empuje que nos arrastra hacia el mismo destino. Y ellos, con los ojos llenos de fuego, se lanzan abriendo camino.
No somos víctimas ni verdugos. Somos la misma historia, la misma necesidad de ser parte de algo que nos trasciende. Como si estuviéramos hechos de la misma carne.
La plaza no es un final, es un punto de encuentro. Allí, donde los gritos se mezclan con el polvo, el aire se llena de un acuerdo tácito, de una unión ancestral que no necesita palabras. No hay miedo. Solo hay vida en el encierro.
 

AUSENTES

Ana Isabel Velasco Ortiz

Temo llegar tarde al encuentro. Mis pupilas alcanzan su figura y pienso. ¡Qué guapa es!
Le busco los labios, un beso profundo que, guarda el amor que, tiempo atrás, nos enlazó a esta ciudad.
Llegamos a la iglesia de San Lorenzo, Elena de la Cruz, interrumpe sus oraciones, sonríe e inclina la cabeza a modo de saludo.
Nos unimos a la multitud que vitorea el estallido del chupinazo. Luego, alcanzamos la ciudadela, allí, los reyes Carlos, Enrique y Sancho, discuten la eficacia y solidez de las murallas y, Espoz y Mina, argumenta que, frente al invasor francés, no hubo abrigo posible.
El tiempo vuela entre zaldikos, risas, abrazos, bandas de música y verbenas. Hemingway nos dice adiós desde cualquier terraza de bar y, el sueño, trae mañanas de encierro donde, San Francisco Javier, viajero incansable, vuelve a maravillarse de esta insólita tradición.
El último acto es pura nostalgia. El maestro Sarasate, toma el violín e interpreta El pobre de mí.
Ahora, las almas ilustres y de la gente del pueblo, dejamos Pamplona para volver a ese lugar indefinido del más allá, esperando impacientes, otro siete de julio en el que, nosotros, los ausentes, regresaremos a la fiesta de San Fermín.
 

NO VUELVO MÁS

Ana Isabel Cerón Fernández

Llevo 7 días sin dormir. Ya no aguanto los bombos de las charangas, los camiones en la Estafeta, ni el Oé, Oé, Oé. No quiero más pochas para almorzar, más vino, ni más chistorra. Me duelen los oídos con la chica ye-ye, me satura el blanco y rojo, un empujón más en San Nicolás, otro comentario entusiasta – A ti lo que te pasa es que no tienes espíritu-, y me voy a la playa, lo juro. Para siempre.
Necesito estar sola y paseo por la vieja Iruña. Escucho los ecos de los chistus de la comparsa, la risa de los niños, las jotas en el Pocico, los rezos casi inaudibles de un hombre mayor arrodillado delante del Santo, y el rumor de las hojas de los árboles de la Taconera mecidas por una brisa fresca. En la mañana limpia y hermosa de sanfermines, de repente, me inunda una felicidad inmensa. – Esto ya se acaba y tengo que aprovechar al máximo-, me digo.
Alguien me hace una foto, que mi padre ve junto con otras muchas, años más tarde.
-Hija, me dice, nunca te he visto una sonrisa más grande y más brillante que la de tus fotos en Pamplona. 


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SOLO UNA VEZ

Ana Arizcun Barrio

—El mejor consejo que puedo darte: corre siempre recto. No te pares. No mires atrás—le dijo el más veterano del corral.
—¿Tú ya has corrido?
—No. Nadie corre dos veces.
El joven toro respiró hondo. El aire estaba cargado de sudor, estiércol y madera húmeda.
Afuera, los mozos cantaban. Algunos reían. Otros rezaban. Dentro, solo se podía sentir el crujido de los cascos, los cuerpos tensos y una espera que dolía en los músculos.
Un silbido. Un tambor lejano.
Sentía el temblor de sus patas.
Después, el cohete.
Las puertas se abrieron.
Corrió. Por instinto o por miedo.
Rozó cuerpos, esquivó caídas, oyó su nombre en lenguas que no entendía.
El suelo temblaba. El aire era una mezcla de gritos, vino y adrenalina.
Alguien cayó a su lado. Otro le golpeó el lomo al pasar.
Sin tiempo para pensar. Solo avanzar.
Dos minutos y medio.
Al cruzar el túnel, el bullicio cambió.
Era la meta.
Y, sin embargo, no había victoria.
Solo había arena. 

UN TROCICO DE PAMPLONA

Ana Ferraz Pascual

Ajusté la camisa blanca y la faja roja.
La noche anterior había sido emocionante. Nervioso, lo guardé en el bolsillo, tras años olvidado en aquel armario.
¡No puedes perderlo! suplicó mi padre.

Avanzamos por Jarauta. Primer cohete de la cuadrilla. Exultantes y jóvenes, charlábamos nerviosos.
Y justo enfrente, La Peña en el 33. Esa foto del bisabuelo estaba en mi retina, pintor como el abuelo, como papá.
¡Juan! ¡primo! Desde un balcón me saludaban. Sonreí con timidez. Comprobé con mis dedos que seguía allí.

Nos dejamos fluir entre pamploneses y forasteros, rumbo a la Fiesta.
Durante segundos mi mente se perdió en esa caja de latón descubierta por casualidad. No había pastillas de café con leche, pero sí un pasado, estampas inolvidables y…
¡Lo cuidaré, quiero llevarlo! ¡El bisabuelo fue importante en San Fermín!.

Mi mejor amigo me esperaba,
¡Una hora! ¡Vamos! mientras con mirada curiosa observaba mi inquietud.

Ya pisando La Plaza, las manecillas se iban acercando. Con emoción los mozos y mozas extendían sus triángulos de tela roja. Una explosión de champán nos mojó sin control. ¡San Fermín!

Con decisión, anudé el pañuelo a mi cuello, Pamplona 1931. Nos abrazamos, saltamos, festejamos.
¡Gracias Santo por tener un trocico de historia de Pamplona!  

POLIGLOTA

Ana Mikeliz Beaumont

Hola:
Buenos días,en este momento no podemos atenderle.
Pulse uno si es ,usted uno.
Pulse dos,si es dos.
Le agradecemos que pulse tres,porque ya es Marzo.
No pulse cuatro, porque lo que usted,ya tiene una Escalera de paciencia, que próximamente,no va a tener lista de espera.
Lo de Abril,pues aguas mil.
Y lo de Mayo,para Marcear.
Junio,pa que. No sé disguste.
Está usted como un cohete.
A quien,no le gustaría saber tantos idiomas y lenguajes para poder tener un ratito,de comunicación.
Ya falta menos. 

SI LOS BARROTES HABLARAN

Ana Burguera Arrieta

Mis padres vivían en el primer piso de una casa de la Calle Estafeta. En una casa de esas que albergaban a ocho durante el año y veintiocho en San Fermín.
Yo era apenas un mocoso, pero recuerdo bien como rodeaba las piernas de mi abuelo y me aferraba a los barrotes del pequeño balcón esperando el ansiado momento.
La calle quedaba en un extraño silencio y poco a poco los gritos y las primeras carreras de los mozos empezaban a asomar por la temida esquina de nuestra calle.
Y de repente, en medio de esa marabunta de gente, podíamos escuchar el repiqueteo de los cascos de los toros sobre el suelo. Eran apenas unos segundos, pero eran lo suficientemente solemnes como para que a uno se le cortara el aliento.
Nuestro “balconcico” era pura poesía. El tío Paco vestido de gaitero, mi madre con los rulos puestos para ir a misa, mi abuela en la cocina faenando unos huevos fritos con chistorra para todos… aquello era vida.
Hoy, es mi nieto quien se aferra del mismo modo a esos barrotes para ver el encierro. Me imagino, que cambian los tiempos y cambian las fiestas, pero desde luego, hay cosas que nunca cambian.
 


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LA FOTO

Amílcar Bernal Calderón

LA FOTO

A Martha Espinel

Galo Barrientos cuenta en la tertulia de los sábados que hasta hace unos años tuvo una foto donde un niño levitaba sobre la gradería de una plaza de toros.
-¿Levitaba? -alguien pregunta.
-Sí señora -contesta Galo Barrientos. Y aclara que cuando tenía cuatro años, su papá los llevó a una corrida, a él y a su mamá, y esa foto fue tomada mientras el viejo lo cargaba.
-¿Y por qué en la foto no salían su papá, su mamá ni los toros? -pregunta la señora.
-Porque esa tarde mataron los toros, papá murió un año después y mamá cuando yo tenía diecinueve -contesta Galo Barrientos-, y todos, a medida que morían, iban desapareciendo de la foto.
-Oh -exclamó la señora. Y agregó:
-¿Y dónde está la foto?
-Desapareció.
-Y, ¿por qué?
-Porque prohibieron las corridas de toros.
-Ah -contesta la señora, a quien a esa altura ya todo le parece normal.

Amílcar Bernal Calderón 

LOS BALCONES

Amparo Gastaminza Iriarte

Ya están aquí, ya llegaron.

La música se oye por todas partes. Buen ambiente, buen rollo, las calles todavía están limpias. Faltan tres horas para que Pamplona se desborde con el chupinazo.

Las casas están preparadas con provisiones para ser guisadas y congeladas.

Las lavadoras puestas a punto, ya que durante nueve días, serán las protagonistas de que todos vayamos de blanco como la nieve.

Los balcones lucirán su color favorito en estos días: blanco y rojo. Estarán muy solicitados, ya que siempre habrá ropa tendida en ellos.

Disfrutaré de la fiesta como mis hijos, ya que desde pequeños, les enseñé a participar de las tareas domesticas.

Me voy un par de días a la playa con unas amigas, a disfrutar de la tranquilidad del mar.

Serán dos días en los que estaremos de incógnito en un hotel de Pamplona como unas turistas más, disfrutando a tope de la fiesta, sin obligaciones de comidas, de lavadoras, de planchar. Mis hijos, todo esto lo hacen de maravilla.

Es una manera de cambiar de ambiente.

Se, que mis hijos me agradecen que les deje solos para celebrar en casa, su propia fiesta.

Ellos saben que estoy en Pamplona y yo se, que ellos lo saben.
 

LOS BALCONES

Amparo Gastaminza Iriarte

Ya están aquí, ya llegaron.

La música se oye por todas partes. Buen ambiente, buen rollo, las calles todavía están limpias. Faltan tres horas para que Pamplona se desborde con el Chupinazo.

Las casas están preparadas con provisiones para ser guisadas y devoradas.

Las lavadoras puestas a punto ya que, durante nueve días, serán las protagonistas de que todos vayamos de blanco como la nieve y rojo como la sangre.

Los balcones lucirán su color favorito: blanco y rojo. Estarán muy solicitados, ya que siempre habrá ropa tendida en ellos.

Disfrutaré de la fiesta como mis hijos ya que, desde pequeños, les enseñé a participar de las tareas domésticas.

Yo voy un par de días a la playa, a disfrutar de la tranquilidad del mar.

Serán dos días en los que estaré de incógnito en un hotel de Pamplona como una turista más, disfrutando a tope de la fiesta, sin obligaciones de comidas, de lavadoras, de plancha. Mis hijos, todo esto lo hacen de maravilla.

Es una manera de cambiar de ambiente.

Sé, que mis hijos me agradecen que les deje solos para celebrar en casa su propia fiesta.

Ellos saben que estoy en Pamplona y yo sé, que ellos lo saben.
 

CARMEN

Ana Maestrojuán Guindano

Ese día todo en casa parecía diferente, hasta el aire era distinto. Mikaela observaba con los ojos llenos de curiosidad el trajín de los cuerpos recorriendo el largo pasillo de la casa de sus abuelos. Su hermano Javi preguntando si la faja se ataba a la izquierda o a la derecha, su hermana Arantza quejándose de que el año pasado los pantalones le quedaban mejor. Todo este jaleo estaba aderezado por el olor a huevos y txistorra que salía de la cocina. Y en medio de ese caos, una mano huesuda y callosa, una mano dulce y conocida le rozó la mejilla. Era la abuela Carmen, la abuela que hablaba poco porque ya le costaba recordar las palabras que debía decir. La abuela Carmen tomó con decisión su manita izquierda y, con calma, la llevó hasta su cuarto. Una vez dentro, a salvo de las risas de sus tíos, la voz profunda de su madre y las últimas órdenes de su madre, la abuela Carmen sacó un pañuelo rojo descolorido por el tiempo, pero suave como su mirada. Con cierta dificultad lo ató al cuello de Mikaela y le susurró: Ahora sí, ahora ya es San fermín. 


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CADA DÍA, OTRO ENCIERRO.

Amalio J. Robledo Rojo

Le llevo pañuelos rojos sin fecha y coplas de peñas sin autor, porque ya no recuerda qué le gustaba más de San Fermín. A veces sonríe. Otras, me mira como si no debiera estar allí, como si la invadiera una fiesta que ya no es suya.
Aun así, regreso cada tarde, con una historia nueva que invento sobre nosotros: aquel encierro que corrimos juntos, la vez que brindamos con la txaranga, el día que nos conocimos bajo el chupinazo, aquel último «Pobre de mí».
Se muestra tímida y nerviosa cuando me siento a su lado, en uno de los bancos del patio de la residencia, como si me viera por primera vez.
Hoy le he contado que estoy escribiendo un libro sobre una mujer que, cada 7 de julio, se enamora de un hombre distinto.

—Pobrecita —responde, apartando la mirada—. Yo fui mujer de un solo hombre. Y lo quise con toda mi alma.

Y no sé si me rompe el corazón… o si, simplemente, me estoy muriendo de celos de mí mismo. 

EL JARANERO

Amaya Villanueva Cruz

Dejó a solas el altar para vestirse de blanco y anudarse el pañuelico al cuello. Al salir, se asombró de que se le mojaran las zapatillas en un día tan soleado. Recién regadas, recordaba perfectamente el recorrido por las calles del Casco Viejo que tantas veces había hecho, pero ninguna había pisado. El empedrado chapoteaba a su cruce con algunos bares siempre abiertos, donde se le acercaron varios parranderos para hacerse fotos. Siguió el paseo entre aromas y tufos, hasta que se encontró con la Comparsa de los Gigantes y Cabezudos. Como uno más, llegó con la fiesta a San Lorenzo. Pero allí la multitud tragaba saliva. En un corro grave, las autoridades protegían el manto del Santo tirado en el suelo; y el clero rogaba al cielo apuntándolo con el báculo. Cuando la multitud le miró, Fermín se palpó la mitra que aún vestía en la cabeza. Con la respiración contenida, se desabrochó la camisa y dejó entrever el relicario que guardaba en el pecho. Silencio.
La Pamplonesa estalló agitando la algarabía general. Envueltos en una jota improvisada, los mozos revistieron al Santo, y al subirle en volandas a la peana, uno de ellos le susurró: “El próximo año vuelve antes”. 

PÁJAROS

Amaya Indave Navarlaz

«No tienes más que pájaros en la cabeza», decía mi madre cada vez que me veía contar los días que faltaban para San Fermín. Yo tenía quince años y notaba esos mismos pajarillos aletear en mi estómago cuando oía las gaitas recorrer Chapitela o los cencerros subir hacia Mercaderes.

Luego me llegó la época, a los veintitantos, en la que pasaba las madrugadas revoloteando entre verbenas y peñas, para volver a casa con el canto de los mirlos. «Ese furor por los sanfermines se te irá yendo con el tiempo», advertía ella al verme aparecer, agotada y feliz, tras el encierro.

Años después, mi madre me mortificaba cuando salía con mis hijos cada mañana de fiestas: «¿Es que os vais a quedar en Pamplona todos los días?». Sin embargo, yo era incapaz de concebir en el mundo un mejor plan para los niños que correr delante de los kilikis o ver a Gorgorito.

Hoy ha pasado el tiempo, los chicos ya abandonaron el nido. Pero cada siete de julio, cuando en el «momentico» mil melodías estallan a la vez y los gigantes giran en el atrio y la campana María baila de júbilo, veo bandadas de palomas salir volando y pienso en mi madre. 

¡SER SANFERMINES!

Ambrosio Loinaz Huarte

Yo soy Sanfermines. Nací en Iruña-Pamplona, y desde que tengo memoria, el 6 de julio late distinto en mi pecho.
Aunque ahora vivo en Asturias, cuando se acerca esa fecha, todo mi ser se llena de alegría y emoción. Me dicen “ya llegan los Sanfermines” y yo les contesto con una sonrisa que me sale del alma: “Yo soy Sanfermines”.
Mi aita y mi amatxo también eran Sanfermines. Recuerdo a mi aita poniéndome el pañuelo rojo con manos temblorosas de emoción y a mi amatxo preparando las tortillas desde la madrugada.
Mis hijos son Sanfermines. Crecieron sintiendo lo mismo, disfrutando las fiestas, viviendo la emoción de los encierros, el chupinazo…
Ahora, mi nieto, que solo tiene 8 años, grita con entusiasmo “¡Viva San Fermín!” lo siente, lo lleva dentro. Él también es Sanfermines.
Lo llevamos en la sangre. Es una herencia de orgullo, de pasión, de identidad. Es un legado que no se olvida, que no se explica, pero que se siente con fuerza.
Y cuando llegue el día en que me toque partir, lo haré con el pañuelo rojo al cuello y el corazón rebosando orgullo, porque nací en Pamplona, y moriré diciendo:
¡SOY SANFERMINES!
¡Viva San Fermín!
¡Gora San Fermín!

 


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NO HABRÁS DORMIDO EN LA CALLE, ¿VERDAD?

Amaia Saldise Alda

“¡Joder, joder, joder! ¡Mi madre me va a matar!”. No sé con exactitud qué hora es, pero, a juzgar por el ruido de las máquinas limpiadoras, no son las ocho de chiripa. Pedro abre los ojos y me mira. Sonríe. ¡Qué guapo es! Nos liamos hace tres días, en la madrugada del 9 al 10, y desde entonces no podemos dejar de bailar, de beber y de besarnos, sobre todo, de besarnos. Hasta arriba de oxitocina, testosterona, dopamina y endorfinas, hemos conseguido aguantar tres días sin dormir, pero al final, hemos caído. Y ahí estamos, en el césped que hay enfrente del Ciudadela.
Vale, son menos cuarto. Los munipas ya no me dejarán pasar. Hay que intentarlo.
Miro a Pedro. Pero ¡qué guapo es! Nos besamos como si no hubiera un mañana y salgo pitando por San Gregorio. San Nicolás. Plaza del Catillo. Bajada de Javier. Pongo mi sonrisa infalible. Ruego, suplico, señalo a mi madre que me mira con bastante mala hostia desde el balcón. Parece que ahí he dado con la tecla. “Anda, pasa”. No me lo creo. “Gracias, señor agente”. Llamo al timbre. Abre mi madre: “No habrás dormido en la calle, ¿verdad?”.

 

BRAULIA

Amaia Rubio Martínez

Llevo con un nudo en el estómago desde ayer por la noche.
¡Ni desayunar he podido! Y eso que Joshemiguelerico ha traído los cruasanes que tanto me gustan…
Pero es que, tanta gente esperando fuera, tantos niños y niñas con esas caritas llenas de ilusión; algunos hasta me traen el chupete porque han decidido que ya son mayores para utilizarlo ¡Y me lo regalan!
Cuánta responsabilidad…
Ya van llegando los gaiteros, los txistularis. Todos con ganas, con la emoción del día 6, nuestra primera actuación de estos Sanfermines. Afortunadamente, este año Tláloc (el dios de la lluvia de mi tierra) está tranquilo y nos ha dado tregua. Parece que los presentes que le ofrecimos Toko-Toko y yo han dado sus frutos.
Bueno, ya va llegando la hora. Todo el mundo comienza a calentar, se nota la tensión en el ambiente. Los cabezudos y kilikis ya están en posición. Alguno ha perdido práctica con la verga, pero no es problema, en un rato estará en forma.
Comienza el redoble de tambores, casi al mismo ritmo que mi corazón.
Suenan las gaitas. Se abre la puerta y… ¡ahí vamos!
Salgo la última y solo oigo: ¡Braulia! ¡Braulia!
¡Comienzan mis fiestas!
 

Y ENTRE TODO, UNA LLAMADA A MAMÁ

Amaia Goñi Elia

Preparó la ropa y el pañuelo.
La noche sigilosamente avanzaba y los nervios se apoderaban de él. Finalmente llega el alba. De un salto se incorpora y se da una ducha. No hay tiempo que perder; le esperan para almorzar magras con tomate.

Entre risas, el viejo reloj marca las 12 y mientras se anuda el pañuelo, su piel se eriza.
El bullicio le sumerge en la fiesta; pero antes una llamada.
-Mamá, olvidé decirte que «trasnocharé». Veré los fuegos artificiales, pero madrugaré para ver el encierro desde el sofá con churros de La Mañueta que os llevaré.

-¡Hijo! disfruta, ten cuidado. ¿Mañana me acompañarás a la procesión como estos años atrás?

-Sabes que sí. Escuchar jotas por doquier viendo al santo, siempre ha sido tu momentico; y el mío viéndote disfrutarlo también.

De pronto un espontáneo interrumpe la llamada.
-¡Hola! Me he perdido de mi cuadrilla. ¿Me dejas hacer una llamada?
-¡Claro!
-Fuera de cobertura. ¿Te importa si sigo la fiesta con vosotros?
-En absoluto. ¡Vamos!

Plaza consistorial, Jarauta, San Nicolás, plaza del castillo… De aquí para allá, pasan las horas entre jolgorio y actos tradicionales sin igual.
Y como veis en San Fermín cada segundo es para exprimirlo y vivirlo sin parar. 

TOROS Y PROMESAS

Amaia Marquet Ryan

Llegó a Pamplona por la tarde. Solo y empapado de Hemingway, como buen estudiante de literatura de Yale. Deseando vivir las historias que había escuchado de compañeros, visto en redes, y por supuesto, leído, dejó su mochila en la pensión y salió a la calle. ¿Qué era aquello? No era capaz de encontrar las palabras para definirlo. Todo era caos y color, una marea humana vestida de blanco y rojo, olor a sudor, risas, cantos. No tardó en sucumbir al bullicio, integrarse, ser uno más de la locura de julio. Al amanecer del día 7, se lanzó a la calle Estafeta con el corazón acelerado. No duró ni veinte metros. Tropezó con el bordillo y cayó de bruces, raspándose mucho las manos y algo el orgullo. Se perdería el peligro glorioso de los toros.
– ¿Estás bien? preguntó una voz amable.
Pasaron el día juntos. Entre churros, risas y vino barato Lucía le explicó cada rincón, cada rito. Por la mañana, camino a la estación prometió volver, escribirle, no olvidar. En el tren, sacó su diario y escribió: “Pamplona es imposible de traducir”.
En el andén, Lucía sonreía: “Otro Hemingway de bolsillo que cree que esto es amor” contestó a su chat de amigas.