Estamos en la semana del pintxo. Una de esas tradiciones pamplonesas. Un acontecimiento culinario, por eso de que son muchos los bares de Pamplona que se esfuerzan por crear obras de arte gastronómicas en miniatura. También es un acontecimiento social, porque todos salimos en busca del pintxo perfecto. Nos saludamos, comentamos, saboreamos, brindamos y, en definitiva, compartimos la experiencia en cada uno de los bares que participan en esta aventura.
Lo que no falla nunca es la famosa conversación sobre lo caros que son los pintxos que participan en el concurso. Lo son. No si valoramos el esfuerzo que tienen detrás, pero posiblemente sí cuando lo comparamos con el coste que tiene en Pamplona salir de pintxos durante la vida normal o, todavía peor, durante cualquier juevintxo.
Lo que ocurre es que no deberíamos cuantificar el dinero por la vida normal.
¿Qué hay más caro en el mundo que salir a tomar el aperitivo durante los sanfermines?
Estoy segura que todos los que somos padres de familia hemos vivido esta situación: hemos dejado a los niños con los abuelos para poder salir una noche de San Fermín. Esa noche, como no podría ser de otra manera, lo hemos dado todo. Te has venido arriba antes, incluso de tomarte el sorbete del Gazteluleku. Has llegado a casa después del encierro, con el chocolate en el estómago y diez kilos de collares comprados durante la noche. También unas gafas XXL estilo hippie años 70, por supuesto. Y una mezcla de alcoholes difíciles de digerir enredadas en tu cuerpo.
A la mañana siguiente, nos hemos levantado destrozados. Absolutamente destrozados. Pero hemos quedado que el intercambio de los niños es en la plaza del castillo en el aperitivo. El aperitivo más caro del mundo, por supuesto. No solo porque es san Fermín y sentarte en una mesa de la plaza del castillo está al nivel de conseguir pagar la deuda de un país mediano. Pero, es que, encima, tus padres/suegros/cuñados se han quedado a los niños y, por eso, tú estás obligada a pagar sus consumiciones. Esa es una ley indudable. Pagarás los martinis, las rabas, el sol de la terraza de la plaza del castillo e, incluso el acordeón que pasa a tocar esa cancioncilla que te destroza el cerebro. Pero disimularás para que nadie diga que eres una floja y que no sabes salir. Para que nadie piense que hace solo seis horas estabas subida a la barra de una peña bailando “A la calle, a la puta calle…”,
El aperitivo más caro del mundo te deja, por eso, una sonrisa en los labios y te equilibra el alcohol en vena.
No hay nada más que se pueda pedir. Y ni siquiera la semana del pintxo puede cambiar ese hecho: hay tradiciones caras. Todo es cuestionable. Excepto san Fermín
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