Completando el cuadro (clasificados del 7º al 10º)
7º clasificado: DEFCON 2 – José Javier Gamboa
“¡¡Maldición!!”, gritó. Y el teniente coronel Peters dió un respingo en su sillón de la sala central multiconectada de alerta temprana para el DEFCON 2. Estaba en los sótanos del Pentágono, en Arlington, Virginia. Acababan de saltar las alertas por una deflagración en los 42°49′00″ Norte con 1° 39′00″ Oeste. Ordenó hacer subir al presidente en el Air Force One y mantenerlo en vuelo estratosférico hasta descartar las amenazas. “Un momento”, pensó Peters. Miró el calendario. Cruzó las coordenadas. Calculó la hora local. Y se partió de risa. Abrió uno de los cajones de su secreter y sacó una botella de patxaran que su abuela, Kasin Etcheverry, seguía elaborando en Cruiseville (Idaho) con endrinas de los bosques de Boise. Se sirvió una copa. La deflagración era el Txupinazo 2025. Tuvo la tentación de conectar con el Air Force One para que regresara el presidente. Pero decidió mantener a Trump casi en órbita y cagado de miedo un par de horas más. “Gora San Fermín!”, celebró Peters.
8º clasificado: Este año tampoco – Juan José Tapia Urbano
Como todos los que aguardan la llegada de los toros en Mercaderes, al otro lado de la valla, Nerea tampoco correrá este año. Es una espina clavada en su corazón, muy profundo, una herida que nunca sana, y que comienza a escocer cuando se acerca julio. A veces se pregunta si tendría el valor de situarse a solo uno palmos de una bestia de media tonelada, tan poca cosa como es, pero sabe que no merece la pena castigarse con pensamientos de ese tipo. Tampoco tiene tiempo. Ya están aquí. Un cuerpo tropieza, otro choca contra el vallado. Tuvieron más suerte que el chaval de la herida abierta en el muslo. Los toros del martes ya son historia, pero ahora sí, Nerea corre. Una inspección rápida, un diagnóstico preliminar, y ordena la evacuación inmediata. El caos que la rodea le es ajeno; solo ve a sus compañeros, que traen una camilla con ellos. Muestra su aplomo realizando una cura de urgencia mientras la ambulancia emprende su camino. Podría haber corrido como tantos otros, pero jamás se habría perdonado no estar ahí para ese muchacho cuando más la necesitaba. Tal vez el año próximo.
9º clasificado: Diasporaren alaba – Bidatz Villanueva Echagüe
Txupinazoa bota aurreko uneetan umeltzen zitzaizkion begiak aitari, telebista-pantaila zaharrari begira. Ozen errepikatzen zituen suziria pizteko ardura zutenen hitzak: “Gora, San Fermin!”, batek; “Gora!”, erantzun aitak. Besoen artean estutzen ninduen, eta elkarrekin dantzan hasi ohi ginen, txarangek girotutako erritmoan. Zirrara harekin hazi nintzen.
Aitak haren sorterria utzi zuenetik, betidanik amestu izan zuen itzultzearekin, baina garaiak ez ziren makalak, eta Argentinako larreetan artzain izateak ez zion nahiko diru-sarrerarik ematen haren aberrian joan-etorri bat egiteko. Orduan, Iruñeko jaiak berrasmatu genituen, Nafar-etxeetan. Bertan ikasi nituen euskara eta euskal-dantzak, baita ezezaguna nuen lur hartakoa sentitzen ere. Iruñean bezala ateratzen genituen txarangak kalera, antolatzen jateak eta poteoak. Ordu txikiak arte gelditzen ginen dantzan, hizketan eta urrutian genuen lurralde harekin amesten.
Eta gaur, azkenean, aitarena zen eta gerora nirea bihurtu den desira beteko dut, nahi baino beranduago, zimurrek higatutako aurpegian islatzen baita joandako bizitzaren mapa, eta hankak erabiltzeko behar dudalako makila. Hala moduan igo ditut udaletxe pareko balkoi batera eraman nauten eskailerak. Aita gertu sentitu dut, aspaldiko partez, nire ondoan balego bezala. Jaiak hastear dira. Plaza beterik dago. Haize bolada batek hotzikara eragin dit, eta irribarrea atera. Iritsi da unea. Zuregatik, aita: “Gora, San Fermin!”
Hija de la diáspora
En los instantes previos al chupinazo se le humedecían los ojos a mi padre, contemplando la vieja pantalla de televisión. Repetía en voz alta las palabras de los encargados de encender el cohete: “¡Viva, San Fermín!”, decía uno; “¡Viva!”, respondía mi padre. Me apretaba entre sus brazos y solíamos empezar a bailar juntos a un ritmo amenizado por charangas. Crecí con aquella emoción.
Desde que mi padre abandonó su tierra natal, siempre soñó con volver, pero eran tiempos difíciles y ser pastor en las campas argentinas no le daba dinero suficiente para un viaje a su tierra. Fue entonces cuando reinventamos las fiestas de Pamplona en los Hogares Navarros. Allí aprendí el euskera y los bailes tradicionales vascos, así como a sentirme de aquella tierra que desconocía. Sacábamos las charangas a la calle como en Pamplona, organizábamos comidas y poteos. Continuábamos hasta altas horas de la madrugada bailando, hablando y soñando con aquella tierra que nos quedaba tan lejos.
Hoy, por fin, cumpliré el deseo que al principio era de mi padre y que luego se ha convertido en el mío, más tarde de lo que quisiera, ya que el rostro desgastado por las arrugas refleja el mapa de la vida pasada, y porque necesito el bastón para usar las piernas.
He subido como he podido las escaleras que me han llevado a un balcón frente al Ayuntamiento. He sentido cerca a mi padre, por primera vez en mucho tiempo, como si estuviera a mi lado. Las fiestas están a punto de comenzar. La plaza está llena. Una ráfaga de viento me ha producido escalofríos, y me ha arrancado una sonrisa. Ha llegado el momento. Por ti, aita: “¡Viva, San Fermín!”
10º clasificado: El testigo más cercano – Jorge Pérez Díez
Llevo desde el año 1856 sintiendo el temblor de muchos pies que no corren, huyen. Desde que me hicieron parte del encierro, he aprendido a leer las miradas, y también los corazones. Los primeros eran lugareños: de mirada dura, piernas fuertes de campo y alma devota, quienes rezaban al Santo con fervor. Estos, conocían a los toros como se conoce al invierno, sin adornos. Después llegaron los curiosos, los valientes de palabra y de postureo, parte de ellos confunden tradición con espectáculo. Algunos aún me valoran y respetan, pero otros solamente me graban, yo también siento sus pasos. Algunos me pisan con rabia. Otros, con un temblor que sube desde los tobillos hasta la cintura. He visto miradas al cielo, promesas que nadie oye, muchas manos me han tocado para pedirme protección, como si fuese un padre, otros me han besado. A quienes me cruzan una vez, nunca me olvidan. Nadie sale igual después de un encierro. Aunque cambien los rostros, los idiomas, los móviles, el miedo sigue siendo el mismo. A veces, cuando todo termina y me barren con prisas, muchas lágrimas quedan atrapadas entre mis losas y yo las guardo con cariño, porque yo, Estafeta, no olvido.