Jozé y Manue 5
La primera vez que Jozé y Manue visitaron Pamplona fue un frío mes de Marzo. Su equipo rendía visita al fortín rojillo y decidieron aprovechar ese momento para meterse 1000 kilómetros entre pecho y espalda. Salieron el viernes al mediodía y pasada la medianoche arribaban a la ciudad. Rápido al hostal y a la cama. El sábado a media mañana se cruzaron con una peña osasunista, txaranga incluida, que al ver las camisetas de los muchachos los invitaron a unirse a su kalejira y posterior comida. Pasaron todo el día con ellos. Fueron al campo con los carnets de dos osasunistas que prefirieron seguir la farra lejos del Sadar, y en la despedida se comprometieron a volver en Sanfermines. Cuatro meses después emprendían de nuevo viaje hacia Pamplona. El Hostal el mismo, pero el precio el doble. Se prometieron viajar sin prisas. Tenían 7, 8 y 9 para disfrutar. Llegaron a Pamplona el día 6 a la noche y, aunque de manera breve, empezaron a conocer el ambiente que les esperaría el resto de días. A la mañana siguiente y después de ver el encierro en la habitación, se zambulleron por las calles de lo viejo. Sin quererlo se cruzaron con los kilikis y cabezudos. Después con los Gigantes. Y más tarde con el Santo que sin saber porque hizo que a Manue se le escaparan unas lágrimas de los ojos. Las calles estaban llenas y el calor era de justicia. Después comer y ver las mulillas se fueron a descansar. Cenaron y vieron los fuegos. Después, una vuelta por las peñas con la camiseta de su equipo preferido. Volvieron a disfrutar con la gente de aquí que les acogía de nuevo con los brazos abiertos. Ya de camino al Hostal, se encontraron con un grupo de paisanos. Empezaron con cánticos y chirigotas mientras la gente se arremolinaba a su alrededor. Vieron amanecer en la Plaza del Castillo y se retiraron a descansar. Una de esas noches que no se te olvidan en la vida. Despertaron a la hora de comer, y tras saciar el apetito, decidieron pasar por el bar en el que coincidieron con los miembros de aquella peña osasunista aquel sábado de Marzo. Hubo suerte, y en el mismo bar donde los dejaron, los encontraron. Los osasunistas no podían ocultar su sorpresa, al ver como Jozé entraba por la puerta empujando la silla de ruedas de Manue. Tras los saludos y los abrazos, se enteraron que una maldita enfermedad estaba acabando con él. Ese día, los huecos que habitualmente ocupaban en la grada de sol se quedaron vacíos. La sangría y la merienda la compartieron con sus visitantes en la calle Leyre. Toda la noche la disfrutaron la pareja de gaditanos con la cuadrilla rojilla. Pelos de punta y llantos en la despedida. Empezaron el viaje de vuelta reviviendo cada uno de los momentos que tanto habían disfrutado. A mitad de trayecto el cansancio pudo con Manué. Cuando llegaron a su casa, Jozé le dijo: “Ya hemos llegado”. “Gracias amigo” se despidió Manue entrando al portal de casa de sus padres. Jozé nunca más quiso volver a los Sanfermines, convencido que nada superaría aquellos tres días vividos con su amigo.