VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
UNA ÚLTIMA VEZ
Judit López Garralda
María la navarra, como era conocida en la colonia San Rafael de México DF, agarró la mano de su nieto. Con las escasas fuerzas que le concedían sus 98 años, estaba más que preparada para marcharse. Aun así, llevaba días tarareando melodías de su tierra natal. De aquella fiesta loca de Pamplona que siempre le arrancaba lágrimas y sonrisas cuándo la veía por televisión.
Su nieto colocó la pantalla del ordenador delante suya, en línea recta, para que su abuela no se perdiera ningún detalle. La tapó con una manta para que no cogiera frío pues, a las tres de la mañana, se había levantado un aire de tormenta que presagiaba una madrugada de ese 14 de julio movidita. Después de varias entradas en Facebook, unos cuantos tweets y fotos en su página de Instagram, lo había conseguido. Su abuela seguiría, por última vez, el baile de sus adorados gigantes gracias a la cámara de un integrante de la comparsa.
La música comenzó y los transportó a los giros imposibles de aquellas figuras enormes. Todavía agarrados de la mano, María la navarra lloró y sonrió. “Gracias”, acertó a pronunciar. Y con el último compás del vals, cerró los ojos y se dejó marchar.
LOS GENES NO DEFRAUDAN
Ana Fenoll Silla
– ¡Papi, quitaaa, no ves que viene er toro!
-¿Rosíío has visto ar niño?- contestó extrañado el padre.
-¿Qué paza?
-¡El shiquiyo anda corriendo p´arriba y p´ abajo por er pasillo too vestio como en los sanfermines!
Rocío desde hacía cinco años no se perdía ningún encierro en la retrasmisión televisiva. Revivía con nostalgia momentos irrepetibles de su despedida de soltera preparada por sus amigas en un viaje sorpresa a la capital navarrense. Cuatro días trepidantes y un amor a bocajarro.
Javier desde muy pequeño mostró su devoción por esta fiesta cuando la miraba junto con su madre en la pequeña pantalla. Pero este año no paraba que quería un traje como los de la tele. Harta ya de oírlo no tuvo más remedio que improvisarle rápidamente uno, y ahí andaba todo eufórico con él puesto todo el día y alardeando ante sus amigos que era un sanferminero de verdad. La sospechada evidencia se confirmaba definitivamente ante el reiterado fervor de su retoño y no pudo negarle la reiterada petición, pensando que la sangre tira mucho.
Un año después madre e hijo marchaban para siempre camino de Iruña.
EL ÚLTIMO REGALO
Juana Algaba Jiménez
Hace ya unos meses que nos reunimos los tres hermanos, para hablar de la enfermedad de nuestro padre. Ésa, que tal y como nos explicó Don Manuel, nuestro médico, y amigo de la familia de toda la vida, iba a “minarlo” tan rápido y de tal manera, que tuvimos clarísimo cual iba a ser su último regalo. Nos ha costado remover cielo y tierra y también todos nuestros ahorros. Este año nos quedamos sin vacaciones, pero valdrá la pena. Hemos alquilado la mejor habitación que hemos podido pagar, con un balcón que da a la calle Estafeta, muy cerca de la plaza de toros. Nuestro padre siempre tuvo la ilusión de poder ver todos los encierros desde ahí, y este año, verá como su sueño, la ilusión de toda su vida, se hace realidad. Cumple ochenta y tres años el siete de julio y siempre ha dicho que nació en fiestas y que le gustaría morir con ellas. El balcón se nos quedará pequeño, lleno de camisas blancas y pañuelos rojos, todos a una para vivir con él, su último cumpleaños, para cantar con él su último Riau Riau.