Con la chorra fuera 5


Así, con la chorra fuera, dormía la mona una mañana sanferminera un sátiro involuntario, en la parte de atrás del ayuntamiento, mientras la gente pasaba a su lado, volvía de comprar churros, o iba a los kilikis, con los niños a hombros, y a nadie parecía molestarle demasiado, a pesar de la descomunal erección, que él apuntalaba agarrándose el ciruelo con firmeza, antes al contrario, cuando lo veían no podían contener una carcajada, incluidos los escritores de cartas al director y los de editoriales del Diario, los supernumerarios con concejalías de cultura o consejerías de educación, las meapilas del sector duro, los curas de pueblo que nunca habían venido a echar un polvo por sanfermín,  a todos se les escapaba una risita cabrona, y es que algún pata papirofléxico le había ensombrerado el instrumento con un gorrito de papel, en el que hasta se había tomado la molestia de escribir en chiquitico Gora Euskadi!, y también le había anudado con una servilleta roja un pañuelico y una pequeña faja, que constreñía todavía más las venas gordas y azules de aquel Priapo gaupasero (o para el caso de empalmada), bueno las de su pito, que por lo tanto palpitaba con el oleaje de sus sueños lúbricos, a saber con qué estaba fantaseando, quizás con alguna nibelunga de esas que se subían a lo alto de la fuente de la Navarrería y enseñaban sus tetas como cántaros rebosantes de cerveza rubia y gélida, o con las transparencias de tangas y culos autóctonos a través de faldas enkalimotxadas , o con quinceañeras que meaban tan ricamente entre dos coches mientras hablaban del tamaño de los cojones de sus novios y decían lo ricos que sabían, como huevos del Museo, quién sabe, quizás el sátiro involuntario era un bizarro, y se había puesto giusepe solo por estar en aquel lugar, a las puertas (traseras) de la casa consistorial, quizás estaba soñando que tenía un traje de roncalesa de la corporación, que se ponía a escondidas frente al espejo de su casa, y que su casa estaba en una zona pija de la ciudad, con su ático y todo, que había construido sin permiso de obras, eso no importaba, él podía, y soñaba también que tenía comisiones en consejos de administración y de la caja, y que podía tenerlas, si hasta el jefe de la oposición votaba a favor, bueno se abstenía, por mantener un poco las formas con los cuatro electores que le quedaban, todo eso soñaba, y cada vez el nabo se le iba inflando más, ah, qué gusto daba, qué burro le ponía tener un carné del partido y un apellido de toda la vida y que todo eso fuera suficiente para triunfar en la vida, ah, ah, la erótica del poder, era cierto, cuanto más tenía más quería, y que se jodieran los pobres y que se murieran los feos, y que protestaran todo lo que quisieran, siempre podremos decir que son de la ETA, ah, ahhh, cuanto más pensaba en eso más se erguía el mástil, y nadie decía nada, la gente pasaba o gaupasaba, iba a almorzar o bajaba a las barracas, o a casa a echarse un poco, y todos se reían al ver aquella polla soñadora y con gorrito, Gora Euskalherria alaia!, y así estuvo el sátiro involuntario durante un par de horas, hasta que todo aquello comenzó a desmoronarse, por sí solo, y después se despertó, y se dio cuenta de que su lado no tenía ninguna rotunda nibelunga ni una alcaldesa con un traje rojo, ni una pizpireta navarrica con tanga del Bershka y también de que él no había entrado por aquella puerta trasera del ayuntamiento donde dormía la mona más que para pagar los impuestos o para pedir los datos del padrón y ver si le tocaba (así decían, como si las regalaran) una VPO bien lejos de los barios pijos, donde no molestara ni pudiera sentir que era capaz de atrapar los sueños en la palma de su mano.


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