XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL ENCIERRO

Néstor José Pereira Sánchez

Ahí estoy, en medio de la muchedumbre; el cántico pidiendo ayuda a “San Fermín” hace eco en mis oídos; el corazón me palpita de forma azarosa.
Se oye el estallido del cohete, se inicia el encierro; me apresuro a correr, no sé por qué lo hago, aún no escucho el cencerro que llevan los toros.
Giro en la calle “Mercaderes”, llego a “Estafeta” con sus balcones atiborrados, veo los destellos de las cámaras, no paro de correr, la multitud me lleva como un torbellino; paso la calle “telefónica”, distingo el callejón que conduce a la Plaza De Toros.
¡POR DIOS! No hay paso, un muro de personas lo bloquea, quedo atrapado, caigo al piso, siento las rodillas de un toro presionar mi pecho, no puedo respirar, percibo su aliento cálido y su baba caer en mi cara, un frío invade mi cuerpo…
Despierto angustiado, sobre mi esta mi perro “Neo” de 40 kilogramos, me lame el rostro, mi cobija está en el piso, el frío matutino de la sabana de Bogotá cala mis huesos, la televisión trasmite en directo “El chupinazo” acto que señala el inicio de las fiestas de “San FermÍn”.
Tal vez el próximo año logre ahorrar para ir a los Sanfermines.
 

EL MOMENTO DE LOS SENTIMIENTOS.

Antonio Martínez Galán

Subiendo la cuesta de Santo Domingo, únicamente veo cuerpos y piernas que esquivar, en la carrera desesperada por disfrutar el único momento donde se unen alma y corazón de la tradición pamplonica. Mi vista pasa fugazmente por la hornacina y allí esta, rodeado de pañuelos, pareciendo ordenar a corredores y toros para evitar la cornada.
Una estampida multicultural con caras de temor y nerviosismo se abalanza sobre mí, provocando que vea con detalle las marcas de los astados en las tablas de Mercaderes con Estafeta. Mientras caigo, veo los objetivos de las cámaras siguiendo a la manada y los clics compiten en sonoridad con las pisadas de los morlacos.
En el callejón, Hemingway brilla y el murmullo ensordece. Desvío la mirada observando mis posibilidades y disfruto del aliento de aplausos anónimos y del olor a tierra húmeda.
La velocidad es grande y la puerta de entrada pequeña. Empujones, apoyos, saltos y caídas hacen de la zona más peligrosa del encierro, la más emocionante.
Han pasado treinta años, pero mi compañero de habitación me contaba estos momentos con el mismo sentimiento con el que luchó contra el virus durante los veintisiete días que tuvo fuerzas.
El año próximo iré a vivirlos y lo sentiré conmigo.