Archivo por días: 6 de noviembre de 2017


IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

MEJOR DE LO PENSADO.

Osvaldo Andrés Suárez Slúsar

¡En qué lío me he metido!
Mar rojo chupinazo. Gritos, ruidos, gente con ganas de encontrarnos. Alcohol y música. Y sexo.
De todos lados gente, de la buena, de hígado fuerte; corazón contento y extremas borracheras.
Puños y pañuelos rojos y el blanco; forman una marea embravecida con olor a tanto…
Yo te disfruto, mi cabeza gira y mi alma se entrega. De San Fermín… al mundo.
Nueve días, una vida entera. Sin agresiones sexistas, ¡bienvenidos!
¡Disfrutemos de nuevo!
 

LA VÍSPERA DE LA VÍSPERA

María Izkue Apesteguía

La florista ultima la preparación del ramo envolviéndolo en celofán rojo: clavelinas rojas y blancas abrazadas con ramas de helecho y pequeñas campanillas.
Bajo por Santo Domingo, cortada ya a vehículos, los viandantes la tomamos en todo su ancho.
Turistas, una pareja de municipales, vecinos con el carro de la compra o con la bolsa que guarda el pantalón, la camiseta comprada a última hora en la tienda que, orgullosa y encantadora, sobrevive en el Casco Viejo.
El vallado aguarda expectante.
Dos naranjitas charlan junto al puente en su primer día de trabajo.
Por el sendero que discurre paralelo al río voy paseando hasta el cementerio.
Una caracola se desliza despacito por el nicho donde están mis padres. La dejo estar.
Limpio un poco y coloco con primor las flores en el jarrón. Contemplo satisfecha el resultado.
En silencio les digo que estamos en sanfermines, inundada por un sentimiento entre la emoción y cierta vergüenza por esta simpleza que repito cada cinco de julio.
Pero lo cierto es que de regreso a la ciudad me siento bien, reconfortada.
En casa me esperan los otros míos.
Los pañuelos están planchados, la ropa blanca también dispuesta, el frigorífico y el corazón a rebosar.
 

CHICANE

Franz Kelle

Otro domingo más, el zumbido se cuela en mi despacho. Asomo la cabeza para que el niño baje el volumen del televisor. Por una vez, esos abejorros de cuatro ruedas atrapan mi mirada. Curva a izquierdas, ¡zas!, quiebro a derechas, ¡zas!
Chicane, lo llama el comentarista de la Fórmula 1.
«¡Curva de Mercaderes!», exclamo yo.
«Es un Mercedes, mamá: Mer-ce-des», me corrige el niño.
«Álvaro, de este año no pasa que nos llevemos a Lucas a sanfermines», le digo a mi marido, que me ignora, enfrascado en su novela.
Que sí, que sí, que está muy bien el chalé en las Rozas, alejados del mundanal ruido y todo eso. Los grandes ventanales, la lámina de agua. Maravillas pequeñoburguesas. Pero el niño… ¡Lucas no puede echar raíces en un sofá escandinavo! Bastante es que no lo llamáramos Fermín. En julio lo saco de este tiesto postizo a que escarbe en sus raíces maternas. Un Iriarte tiene que conocer de primera mano los cánticos al filo de las ocho, sentir cómo los enmudece el cohete, vivir el encierro a flor de piel, a pie de barrera.
«Mamá, mira, mira: adelanta por el interior. ¡Y en plena chicane!».
Le encantará Mercaderes.

 


Venta ambulante y prejuicios

Quienes me conocen saben que es difícil sacarme de mi barrio durante las fiestas de San Fermín. Pero, aunque no lo parezca, salgo. A veces. Y, por supuesto, tras salir, hay que volver.

Regresaba pues al Casco Viejo una noche sanferminera de esas de entre semana, en las que no hay demasiada gente, por Príncipe de Viana y calle Gorriti. No serían más de las dos de la mañana cuando observé que un todoterreno de lujo anunciaba con el intermitente su intención de meterse en uno de los parkings privados que acompañan a cada portal de esa calle. El caso es que el vehículo -más tanque que coche, todo hay que decirlo- se detuvo y se apeó su conductor, un tipo que ya hacía tiempo que había dejado la mediana edad y que lucía la ropa blanca con elegancia, dinero y estilo. En el momento en el que yo lo alcanzaba le vi agacharse y sacudir unos bultos que había en la entrada al garaje. Los bultos resultaron ser vendedores ambulantes que estaban durmiendo allí.

Mis prejuicios comenzaron a funcionar y rápido empecé a imaginar al hombre millonetis increpando a esos negros de mierda que le impedían meter el coche en el parking de su casa. A bocinazo limpio. Pues no. A veces te columpias. Y el hombre acomodado lo que hizo fue despertarles y pedirles con inmensa ternura que le dejaran pasar. El prejuicio volvió a funcionar y pensé en mí mismo y en la mala hostia que haría si alguien me despertara a las dos de la mañana. Pero no, los manteros recogieron sus bártulos y no pararon de pedirle perdón al hombre del todoterreno mientras este, a su vez, se deshacía en disculpas por haberles despertado.

Yo seguí mi camino hacia la Estafeta, contento por comprobar que los prejuicios no siempre se cumplen.

Y triste por ver que el sufrimiento de estos hombres es objeto de polémicas políticas y económicas en nuestro ayuntamiento. Creo honestamente que equivocan el foco.

Foto de Maite H. Mateo tomada de navarra.com