XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
UN VIEJO CONOCIDO
María Dolores Martínez Gea
Mis pies pisan la calle Estafeta a cada pisada dejando huellas en ella. El sol acaricia mi piel mientras me saludan los pamplonicas al verme pasar. Soy un viejo conocido que no puedo dejar de venir a las fiestas de San Fermín. Desde lo alto me acompañan muchas aves sintiendo en sus vuelos mi propia libertad.
Llegó a mis oídos una leyenda. Decía que las aves son ángeles de la guarda que nos protegen en esta vida.
Abro mis ojos, me he debido quedar dormido, me doy cuenta de que siempre llevaré en mi alma a mi adorada tierra. Viajo hacia mi nuevo destino, mis ojos se detienen, han visto algo sobre mi regazo. Se trata de una pluma blanca y algo me dice que no estoy solo, quizás alguien ha venido a hacerme compañía.
SAN FERMÍN EN NUEVA YORK
María Eugenia Martín Pérez
Sonó el despertador. Miró la escalera trepando en zigzag por la pared de enfrente. ¿Por qué seguía allí? Ella ya no estaba.
Juan conoció a Lisa el 7 de Julio del 73, saltando nerviosos después del primer cántico, apretando “El Diario de Navarra” con fuerza. Juan tenía 28 años, Lisa 26 y un pelo rubísimo que caía hasta su cintura.
Volvieron a coincidir. Se sonrieron y empezaron a quererse, todo a la vez.
Se fue con ella a Nueva York. Volvían a Pamplona cada San Fermín y corrían juntos, como sería siempre hasta que les dejaran sus cuerpos.
Un Miura vestido de cáncer pudo con Lisa.
Juan seguía levantándose el 7 de Julio a la 1’50h de la madrugada. Emocionado se anudaba el pañuelo rojo y ponía el televisor. Al ver a San Fermín en la hornacina, lloraba. Mucho. Sus lágrimas bajaban por sus mejillas haciendo charcos en la camisa blanca.
Escuchaba el cohete y los cencerros de los bueyes, veía cómo los toros encaraban la cuesta y apagaba la televisión. Miraba al cielo y lanzaba un beso: “Buena carrera, mi amor. ¡Viva San Fermín!”.
Cerraba los ojos y seguía corriendo, una vez más, con Lisa en Santo Domingo.
VOLVIENDO AL RUEDO
María Gisela Albornoz
De blanco y rojo, sentado en la Plaza de Toros, miro hacia atrás y siento el silencio. Comienzo a andar, al revés, un recorrido vacío, en busca de las calles de una ciudad de fiesta, sus olores, a calamares, gambas, aire fresco, que no están.
Sigo el recorrido, me encuentro ya en la Estafeta, caminé sin pensar, sin mirar, solamente sintiendo, buscando la fiesta perdida. Con los ojos cerrados aparece, allí está – me digo, adentro mío, en el recuerdo de cada corrida en este tramo, pañuelo al cuello, con la mezcla de adrenalina, temor y felicidad.
Me pregunto ¿Quién nos robó este tiempo nuestros sanfermines?, festividad de memorias de primaveras bellas y juerga.
Pero si abro mis ojos, pasaron dos años y allí estamos nuevamente, esperando esos minutos eternos que nos ubican entre la vida y la muerte, tan dulcemente.
Casi sin darnos cuenta, el primer cohete de la mañana, como un lucero infinito, va a indicarnos que éste año hay encierro, y esta vez vamos a encomendarnos al santo Patrono, como nunca antes, para que las calles se llenen de aromas y blanco y rojo nuevamente, y que nada nos vuelva a quitar el chupinazo, esa chispa de luz, y de vida.