ROJO – David Esquillor Roc (Madrid, Madrid)
Desde la soledad de mi encierro pienso en lo que me contó mi padre años atrás.
Por una abertura en los tablones vislumbro a la gente, a la hermandad, al pueblo. Pasan abrazados, sonriendo y con pañuelos anudados al cuello. Veo calles y tabernas engalonadas con banderas. A lo lejos, la figura de un santo de hermoso manto. Sonidos de fiesta atraviesan mis oídos. Las voces de unas mujeres hablando en mil lenguas distintas rebotan por las esquinas que un día fueron refugio de un gran escritor. Todo lo que me rodea se impregna de un solo color: rojo. Rojo de sangre, de vino y de fiesta, tal y como mi padre me lo describió.
Resoplo mientras froto mis astas contra el suelo de arena. El chupinazo retumba en el cielo provocando una algarabía que jamás había escuchado. Debemos salir. Me impulso con energía y sigo a la gran masa roja que ante mi acelera llena de vida. Hay que llegar hasta la plaza, la misma que pisó mi padre y en la que yo me consagraré a la fiesta de un pueblo de tradiciones y costumbres, de camaradería y hospitalidad, de blanco y rojo.
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Sombras de un hotel en fiestas – César Rina Simón (Cáceres, Extremadura)
Te escribo a ti, sólo a ti. La soledad sigilosa siempre fiel a mis noches de hotel. A esa sombra que fija tu silueta sobre la colcha de la cama.
La pluma es cómplice de la ventana secreta que nos comunica. En mi juventud soñé con la revolución –aquello que todos llaman democracia real-. Ahora afirmo como un muelle auto impulsado.
El estilo neobarroco de las paredes y los marcos dorados no ocultan el rancio sabor del silencio. Al menos las urracas aún revolotean entre las palmeras y los Hemingway abandonan el puritanismo.
Hace un tiempo emprendí la carrera infinita de la gloria efímera. Esperé iluso que mis dones y tarjetas despertaran tu pasión por el prestigio. Al final te convertiste en sombra de mi ego.
Quizá no sepas que acaricio cada noche tus caderas imaginadas y beso tu frente pálida encarnada en un frío almohadón.
Entre las estampas bucólicas de las estanterías arrojo las pocas letras que guardaba. Dormiré una vez más entre imágenes de aliento inalcanzable. Mañana, cuando el sol de julio rejuvenezca mi prepotencia, retomaré la primera persona del singular en congresos culminados en aplausos.
Aplausos, Penélope, a un muerto velado en restaurantes victorianos.
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POBRE DE MI – Ignacio Vicente Rodríguez (Getafe, Madrid)
Cuando llamaron al timbre, ya se había decantado por los barbitúricos con whisky y guardó la cuchilla de afeitar en el mueble del lavabo. “¿El señor de la casa?”. Era un inglés borracho. “No hay”, y cerró la puerta. Quería ver desde el balcón si las astas del morlaco al que dio de pacer en la ebria madrugada, le brindarían un compañero. Programó la llamada al 112 para cuatro minutos más tarde. Respetó las fiestas.
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CHUPINAZO – Juan Carlos Perez Lopez (Bormujos, Andalucía)
Tras mi primer chupinazo en Pamplona mi vida no fue la misma. Pero aquel año, aquella carrera… Todo fue diferente. Estalló el cohete a las ocho en punto, sin las cámaras de televisón de por medio. Los toros echaron a correr como posesos, ladera abajo. Eran perseguidos en la dehesa por los cabestros, por seis mozos y por mi, el matarife del pueblo. La carrera fue limpia. No hubo ni heridos ni muertos; no pudimos alcanzarlos.
Visto lo visto en Tafalla (que sobrao!!!!) cada día estoy mas contento de poder ver los toros desde Andanada 11, jejejeje, así fijo que no sube el toro, jejejeje. Ojala lo de Tafalla se quede solo en un susto, y los heridos se recuperen. Suerte y animo.