XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SAN FERMÍN , TRISTÁN E ISOLDA

Dina Romero Lasheras

Pamplona , 7 de julio de 2021
Una lluvia tempranera había lavado el suelo manchado de fiesta. Llegó a casa, se quitó las alpargatas empapadas y sucias. Se quitó la ropa que había perdido el blanco y la inocencia. Le costaba pensar con claridad. Se palpó el cuello y entonces se dio cuenta de que no llevaba el pañuelo. Su abuelo se lo había regalado unos sanfermines en los que los gigantes eran héroes y los cabezudos villanos. Se acostó con pena y mientras Morfeo lo mecía en sus brazos, recordó el pañuelo y el escudo de su ciudad bordado con hilo dorado y orgullo.
Sídney, 9 de octubre de 2021
Bajó del taxi deprisa. Se apresuró en atravesar el hall y entrar en la gran sala del teatro de la Ópera de Sídney. Se sentó y en breve empezaron a sonar las primeras notas de Tristán e Isolda. Llena de emoción contenida, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un pañuelo rojo arrugado que le llevó hasta las calles de una pequeña ciudad abarrotada de gente. Entonces, rompió a llorar mientras sonreía recordando aquellos días de blanco y rojo que le emocionaban incluso más que escuchar a Wagner 

FIESTA

Dionisio Piñero Ruiz

Hay días que son únicos, casi sagrados, para esos hay un solo plan, vivirlos, sentirlos, disfrutarlos. Comienzan los Sanfermines, santa palabra que durante 8 días se repite de boca en boca, en toda la ciudad hay fiesta y de las tradiciones brota lo más autóctono para orgullo de su pueblo. Lo disfruto como un trago de vino bien añejo que me hace saltar las lágrimas de los recuerdos. Y sí, tiene razón, pese a mis años voy a participar en el encierro y entre los maderos que forman la talanquera y al son de la música del cencerro que porta el cabestro a mis espaldas mientras corro probaré mi suerte como tantas vi veces, pidiendo al santo patrón que ni un sólo cuerno o pezuña roce mi tradicional traje de sangre y pureza. 

INCONSCIENCIA

Domingo Padilla Romero

¿Cómo podía haberme quedado dormido el primer día de encierros? Cualquiera diría que llevaba dos años entrenando para iniciarme. Si no quería que mi padre se pudiera sentir decepcionado, debía darme prisa. Prometí continuar con su legado. La pandemia había sido muy dura para la familia y seguro que me estaría viendo.

A pesar de haberme acostado muy temprano para estar descansado como él hacía, no me desperté. Por supuesto, nada de alcohol, totalmente prohibido, como siempre repetía. Además, en mi mente tenía grabado a fuego el calentamiento previo que me había enseñado y sobre todo, cómo debía colocarme o qué hacer si en algún momento me caía. Pero en ese momento, no sabía ni siquiera si llegaría a tiempo para la salida.

Seguía sin comprender qué estaba pasando. No lograba ponerme en pie. Me sentía tan abatido… De repente, alguien me sacudía y me despertaba, lo que me hizo sentir aliviado. Al parecer todo había sido un sueño… Aún así, seguía sin entender por qué no podía levantarme, qué hacía tanta gente a mi alrededor y cómo había llegado hasta Estafeta. Pero, por suerte, allí estaba papá dándome su mano. 

POBRE DE MÍ

Domingo Alberto Martínez Martín

Faltaban algunos días para el 7 de julio, pero él decidió adelantar la fiesta; siempre fue un niño impaciente…, incluso ahora. Bajó al sótano agarrándose al pasamanos. Las rodillas no le dejaban dormir, así que salió en busca de compañía. Su querida Boss del 12, en la vitrina. La cogió con delicadeza, como se coge una amapola o a una mujer por el talle, se echó dos cartuchos al bolsillo y salió al porche. Los toros le seguían, subían por la cuesta de Santo Domingo hacia la plaza. Notó su aliento en la nuca. Eran grandes, negros, muy negros, enormes; eran los hospitales y las salas de espera, los cuartos de electrochoque y el FBI. También la vejez sin gloria, la demencia con los cuernos afilados. El viejo se estremeció. Hacía fresco, como aquella otra madrugada en España, con los milicianos, muchachos de cara tiznada y ojos encendidos que apenas sabían escribir su nombre e intentaban cambiar el mundo, y saltaban de las trincheras para inmolarse frente a los tiradores fascistas con la generosidad y la inconsciencia de esos quince, diecisiete años.
A su salud, pensó el viejo, dándole la vuelta a la escopeta.
Los toros embocando por la puerta de toriles.
—Chispún. 

SIN MIRAR ATRÁS

Edgar Oswaldo Ccapa Yanqui

San Fermines, una fantasía hecha realidad. Lo llevaba marcado en mi mapa, a 10 mil kilómetros de mi rutina y a 5 años más de ahorro. Soñaba caminar por sus calles, conversar con sus paredes y saludar sus balcones, escabullirme entre sus rincones y plazas, y enamorarme de su jolgorio. A 10 mil kilómetros, muchos no comprenden lo que puede ofrecerte «es solo una fiesta» dicen, pero no saben que es LA FIESTA, esa que derrama incesablemente noches coloridas y días de alegría; en una historia que se repite infaltable cada año en un uniforme blanco y rojo. Sin embargo, cuentan que un día, la fiesta se detuvo. Erase esa vez, que los gigantes cabezudos no recibieron invitación, que las calles solo repetían ecos antiguos en silencio y que para salvar la vida el mundo tuvo que esperar sentado y no correr por ella. Pobre de mi. Pero al final, afortunadamente el mundo volvió a abrir. Comprendí entonces que el encierro como la vida tiene solo camino de ida, y por eso estoy aquí, con mis tres últimos billetes, camino a Pamplona, que pueda llegar al final se lo dejo a San Fermín, porque yo solo quiero decir al fin ¡Gora San Fermín!