XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
COBARDE
Iñigo Legorburu Arregi
Sigo admirando su frialdad desde hace 10 minutos, cuando apenas quedan un par para que comience nuestro bautismo en el encierro. Es el único al que veo leer el periódico, el único arma del mozo ante su terror elegido. Lleva fijada su mirada un rato en la guerra de Afganistán y me espeta «esto es terrorífico, tío», con su tono socarrón. «Mira cómo está el mundo y sólo nos enteramos de los heridos por cristales y trifulcas sanfermineras» me explica, cuando yo, como buen navarro y artajonés,lo que pretendo es que mi mundo se ciña sólo a estos San Fermines. San Fermines que son como Goliath, que nos apabulla,destruye, destroza…como si de la vida misma se tratara.
Cuando levanta la vista del periódico se excusa: » colega,soy demasiado cobarde para correr delante de estos toros». «A dónde vas?» le pregunto. «Ya te informaré» contesta, sonriente mientras se va. Y David, con su mal entendida cobardía, se encomienda a su otro terror elegido, el de informar.
Fue la última vez que ví con vida a mi David, al de mi pueblo, al compañero de clase y colega de farras sanfermineras.
A mi amigo del alma y valiente, David Beriaín.
EN COLOR
Jabo H Pizarroso
Ernest me llama cada año, a últimos. Hablamos como si nos conociéramos de siempre. Nunca nos hemos visto. Lo único que quiere es que le cuente de San Fermín, pero yo nunca estuve allí. Todos los años lo mismo y siempre me invento algo. Me da mucho miedo que se dé cuenta. Es difícil que eso ocurra porque sus vivencias en blanco y negro nada tienen que ver con las mías en color. Siempre quiere una historia que le conmueva, algo que le mantenga tan vivo como para continuar llamándome otro año más.
Esta vez le contaré lo de Silvano, el único toro en la historia de los encierros que se ha negado a correr. Se detuvo el sábado en la cuesta de Santo Domingo mientras yo arreaba con los demás, con esos picotazos de avellano con los que me zurraban dos humanos de verde. Hay muchos que le oyeron decir que no corría si no estaba Hemingway. No sé por qué le dieron a beber libros desde becerro. No sé cómo se lo tomará Ernest cuando me llame y le cuente, de una vez por todas, una verdad. Supongo que bien. Eso espero mientras me descuartizan colgado de un gancho.